domingo, 8 de mayo de 2022

De insectos y ojos.

 


Primavera otra vez y con ella llega el momento de dar paseos campestres para aprovechar que el sol todavía no quema la piel ni el aire caliente abrasa los pulmones. Es tiempo de verdes campos, flores, damas escasas de vestimenta paseando y como no, insectos revoloteando y saltando por doquier. Dentro de nada llegarán las alergias incapacitantes, es cierto, pero hoy es hoy y toca paseo, que es en lo que estoy ahora. Y todo va según lo previsto por lo que voy tachando cosas de mi lista de objetivos, cuando me encuentro con un saltamontes que bloquea mi camino. Quizás otro seguiría caminando sin importarle aplastar al pobre insecto, pero yo soy un gran defensor de la naturaleza y tengo el convencimiento de que toda forma de vida merece ser respetada, con lo que aflojo el paso, él se percata de mi presencia y se lanza sobre mí.

Que no es que me ataque ni nada, sino que la sencilla estructura del saltamontes le impide saltar en otra dirección que no sea “hacia adelante” y cuando se trata de asustarse y huír, eso les deja escasa maniobrabilidad y suelen hacerlo en la dirección contraria.

El saltamontes salta, decía, y al verme sorprendido por su acción trato de esquivarlo pero no puedo evitar que se me meta en un ojo. Si hubieses sido uno de esos grandotes no habría sido difícil sacármelo, pero siendo de los verdes pequeñitos la cosa se complica. Sus patitas aserradas se enganchan en mis pestañas y párpados y cuanto más intento cogerlo más se mete en mi ojo hasta quedar totalmente inalcanzable. Doy media vuelta y regreso a casa pues necesito un espejo para extraer al bicho que no deja de moverse por ahí dentro y me molesta bastante, por no hablar del intenso dolor. Al llegar a casa compruebo que está metido en el lado opuesto al lagrimal y a pesar de recibir la ayuda de mi mujer e hijas, al intentar hacerme con él, éste huye a la parte trasera del ojo, perdiendo cualquier esperanza de extraerlo. Ir al hospital es una opción que descarto, pues allí a la mínima te abren el cráneo y luego te quedas mal, por lo que pienso que “ya se morirá y el ojo lo extraerá de forma natural” pero eso no pasa.

El bicho sigue vivo y por la noche noto como se desplaza por mi interior. Trato de dormir pero me invaden sueños raros en los que como plantas y salto por montes verdes y frondosos; sueños en los que curiosamente me siento bien, liberado. Y es entonces cuando me doy cuenta de que lo que está haciendo ese insecto es tomar el control de mi mente para hacerse con todo mi ser y utilizarlo para vete a saber tú que aviesos planes malvados. Y eso no puedo consentirlo.

Con gran esfuerzo y utilizando aquellas partes del cerebro todavía bajo mi control, bajo al sótano rodando por las escaleras, me arrastro hasta la cadena de música y le doy al play. Subo el volumen a tope y el ruido no se hace esperar. Suena “Curse os the legions of deatn” de Testament y con mis últimos instintos de viejo metalero mi cabeza comienza a agitarse con la fuerza del que no se preocupa por el dolor cervical. El saltamontes alojado en mi cerebro no puede soportar semejantes sacudidas y termina perdiendo terreno y siendo expulsado de mi.

En el suelo y cubierto de gelatina cerebral el saltamontes me mira y sonríe como diciendo “esta vez te has salvado humano, pero volveré a por ti y serás mio” y como amenaza la verdad es que está bien, hasta que le dejo caer encima el manual de reglas de la quita edición de Warhammer terminando para siempre con su vida y ambiciones. Porque no me gusta matar bichos, pero éste ha sido la excepción. A ver si llega pronto el otoño otra vez.

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