miércoles, 2 de noviembre de 2011

El incidente de Belén (Gaspar pt3, versión extendida)

Acurrucado en un rincón del sótano, Gaspar observó cómo su inquilino subía las escaleras y desparecía; Le había indicado a la perfección donde encontrar las llaves necesarias para salir de allí y ahora solo podía esperar a que regresara... si es que regresaba.
Melchor avanzaba por los largos pasillos y las enormes salas del palacio como un felino saliendo de caza; Solo que en este caso él era la presa. Aquí y allá podía oír los pasos de quienes le buscaban, como sabuesos sin mente olfateándole por todas partes. Afortunadamente, durante el tiempo pasado como fugitivo, Melchor había aprendido a moverse en silencio y a evitar las miradas de todo el mundo.
Pronto llegó a la galería de arte: Una amplia sala que tenía expuestas a por doquier multitud de objetos de arte, antigüedades y curiosidades. "Mariconadas" pensó Melchor, que en su nueva vida había aprendido a detestar toda posesión material no imprescindible para la supervivencia. Desgraciadamente tenía dos problemas: Gaspar no le había dicho dónde exactamente estaba la llave azul y había alguien más en la estancia. Caminando sin rumbo entre esculturas, cuadros y pergaminos había un hombre, un campesino que vara en mano sospechaba que su presa estaba cerca. Melchor rápidamente priorizó; se acercó sigilosamente al individuo desde atrás, ocultándose tras un gran elefante peludo disecado y saltó sobre él agarrándolo del cuello; el pobre desgraciado no tenía ninguna posibilidad pero trataba desesperadamente de asestarle un golpe mortal con su trozo de madera. No lo logró. Melchor dejó el cadáver en el suelo sin hacer ruido y comenzó a inspeccionar el lugar. No había nada que pudiera contener algo; Ni armarios, ni cajones, ni nada parecido; Pero por suerte se fijó en un detalle curioso: En una de las paredes había tres pedestales con pequeñas gárgolas en su parte superior; pero curiosamente éstas no estaban alineadas entre sí. Tal falta de estilo no era propia de Gaspar, así que se acercó a ellas y empujó una hasta alinearlas con las otras dos. Como por arte de magia la boca de una gárgola se abrió revelando una llave metálica de color azul.
Ya con la llave en su poder subió al piso superior. Solo un largo pasillo lo separaba del estudio de la puerta azul pero en él se encontraba el servicio completo del palacio: El nuevo mayordomo, el cocinero y su pinche, tres doncellas encargadas del aseo y la limpieza y cuatro mozos polvorientos y fornidos; Todos ellos con esa mirada perdida característica de quienes Dios ha bendecido con el odio eterno e inexplicable hacia el hombre que estaba ente ellos. No había otro camino ni otra opción. Melchor se concentró una vez más mirando hacia el pasillo abarrotado de gente potencialmente homicida y supo que solo le quedaba una carta que jugar. “El torbellino de muerte” sería más o menos la traducción de lo último que le enseñó su maestro. Nunca había llegado a dominar esa técnica pero ahora no tenía otra alternativa. Se concentró, cogió algo de carrerilla y saltó mientras abría sus piernas en un ángulo de 180º al mismo tiempo que giraba a toda velocidad sobre sí mismo. Fué muy confuso. Cuando recuperó su postura natural estaba en el otro extremo del pasillo, algo mareado, confuso y descalzo. Detrás de él había dejado un rastro de cuerpos, dientes y sangre, así como mobiliario destrozado y paredes desconchadas. Quizás “Torbellino de muerte” si era una traducción correcta.
La puerta azul se abrió suavemente y Melchor entró en el estudio de su compañero. Ese era el refugio privado de Gaspar y en él todo guardaba un riguroso orden que duró pocos segundos. En un pispás todo estaba por los suelos, alborotado y roto y la llave roja no tardó en aparecer. Ya con ella en la mano, se disponía a salir de la sala cuando un extraño crujir lo alertó. Era como los pasos de un gigante que se acercaba como un toro enfurecido, pero no podía ver a nadie. Repentinamente, dos manos del tamaño de palas atravesaron la pared del estudio y lo agarraron directamente por el cuello; Melchor no podía deshacerse de la presa y pronto supo el porqué. Un hombre gigantesco atravesó la pared como si ésta fuera de papel y le apretaba el cuello mientras le zarandeaba hacia un lado y hacia otro. En pocos segundos Melchor tenía la espalda contra el suelo, con el gigante apretándole más y más la garganta y la vista se le comenzaba a nublar por falta de oxigeno. Entonces lo vio, debajo de una mesa-escritorio; una forma extraña, irregular, pero con un brillo puro de radiante dorado. Extendiendo el brazo hasta un límite insospechado lo agarró y comprobó que era lo que él pensaba: Un zurullo de oro macizo. Apretándolo fuertemente con la mano golpeó con él la cabeza del gigante. Una vez, dos, tres, hasta que la sangre comenzó a botar de su cabezota, sus pupilas se perdieron en algún lugar de su frente y la presa de sus manos se aflojó. Melchor se levantó y tiró el excremento al suelo con un poco de asco. “Eso tiene que doler” pensó, y volvió a bajar al sótano.
-¿Has... tenido algún problema? -Le preguntó Gaspar sin demasiadas ganas de oír la respuesta.
-No demasiados, pero creo que deberías de ir pensando en cambiar el personal de servicio al completo.

2 comentarios:

  1. "Fuñe muy confuso"???? No lo entiendo.

    A parte de eso, muy entretenida.

    ¿Tienes algún "muso" en el que te inspiras? porque he estado pensando que si hicieran la película el único capaz de hacer el "Tobellino de muerte" sería Van Dam, por eso de los 180º.

    ResponderEliminar
  2. Lo de "fuñe" fué un desvío digital de la tilde a la eñe, pero ya está arreglado.
    No tengo un muso viviente, aunque Van Dam s ele acerca un poco. En realidad Melchor e suna mezcla entre Ryu y Guile, que son personajes del Street Fighter 2. ya sabes que yo de original tengo poco y que pudiendo copiar, para qué inventar.

    ResponderEliminar