lunes, 22 de abril de 2013

La chica de las mallas verdes: Un relato de superación, pena y asco.




 Introducción
 -¿Y por donde sales con la bicicleta?- Me pregunta un señor que parece entender de rutas de montaña.
-Pues… por ahí. No me alejo mucho de mi casa, la verdad. –Le respondo sin ganas de seguir hablando del tema. Creo que ya he comentado anteriormente algo sobre mi frágil relación con el mundo del deporte y la salud, y lo último que quiero son consejos de sobradillos.
-Tienes que subir al castillo.
-Es que está muy empinada esa cuesta y yo…
-Tienes que subir porque hay un montón de tías buenas.
-¿Cómo tías buenas?
-Pues eso. Tías buenas. Chavalas que van a caminar y correr y que están… que te cagas. Vale la pena ir al castillo por las tías que te encuentras.
-No será tanto como... –Pero de pronto una multitud de hombres me interrumpen, hablando sobre las virtudes de las chicas que pueden verse en esa carretera y me marcho pensativo.

No sé qué les ven a las deportistas algunos hombres, la verdad.
 De superación
Y ahí estoy yo, montado en la bici y camino del catillo para comprobar con mis propios ojos si esas mujeres legendarias realmente existen o son solo el producto de las mentes calenturientas de señores venidos a menos. Los primeros minutos, pedaleo por una pendiente suave, despacio, tranquilamente, más atento de las gentes con las que me cruzo que de otra cosa. Veo señoras mayores paseando, hombres que charlan con sus perros, perros que ignoran a sus dueños y camiones que pasan rozando mi oreja izquierda. Comienzo a desanimarme cuando vislumbro a lo lejos lo que parece una chica con mallas corriendo cuesta arriba. Si, no hay duda, podría ser la “tía buena” que andaba buscando, así que pedaleo con más fuerza para alcanzarla. Mi misión es sencilla: Llegar a su altura, adelantarla a poca velocidad, mirarla y contárselo al señor entendido para así, poder integrarme en el círculo deportista en el que se mueve. Y todo maravilloso. Pero pronto me doy cuenta de que la pendiente aumenta y cada vez me cuesta más coger velocidad; la chica de las mallas verdes parece estar en forma y me saca ventaja por lo que tengo que emplearme a fondo para no perderla de vista. Y vaya si la pierdo. Cuando llego al tramo final de subida, las curvas y los árboles no me dejan ver nada, pero sé que está ahí, en algún lugar delante de mí y no me paro. Pedaleo y pedaleo cada vez más pesadamente para no quedarme atrás pero las piernas comienzan a dolerme; La respiración se me agita, la cabeza me late y el cuello se me agarrota; debería parar, lo sé, y mi racionalidad trata de convencerme de que no merece la pena que qué coño estoy haciendo dejándome la piel por mirar simplemente a una chica que no es mejor que ninguna otra con la que me pueda cruzar por la calle cuando voy a comprar el pan; pero no puedo rendirme ahora; llevo media cuesta y me doy cuenta de que aquí hay algo más de lo que parece; de pronto recuerdo esa época en la que todavía creía en mis posibilidades y que me esforzaba por superarme; esos días de ilusión y sueños que todavía no había tirado a la basura; días en los que me sentía joven y lleno de vida cuando no había atisbo de mis propios límites; y por ese recuerdo sigo adelante. Pienso que quizás lo de las tías buenas que me contó el señor ese era solo una excusa, una forma de motivarse a hacer algo que normalmente no se intentaría; puede que ese hombre conociera mis debilidades y hubiese puesto esta prueba ante mí. Quizás esa tía buena no es la de las mallas verdes sino un lugar en mi interior donde reside ese chaval ilusionado que creía desaparecido desde mi decimosexto cumpleaños; y por él iba a conseguirlo. Nunca había tenido tanto calor ni había sudado tanto como ahora; nunca me había dolido nada tanto como todo ahora; pero lo logro al fin. Llego arriba destrozado. La gente me mira, saben que eso que me pasa no puede ser bueno, pero no me importa lo que piensen; lo he conseguido.

De pena y asco
Frente a mi está la chica de las mallas verdes, haciendo estiramientos de espaldas a mí. Trato de enfocar la vista pero me resulta imposible; su trasero es un borrón informe que se mimetiza con las nubes del cielo. No me llega la sangre al cerebro y la vista no me funciona así que me acuesto en el suelo. El aire fresco de la tarde se desliza sobre mi cuerpo sudado y siento un frio espantoso pero no puedo moverme; me tapo con la bicicleta y todo el mundo me mira más aún. La chica de las mallas verdes bebe agua y se le sale el tapón, mojándole completamente la camiseta pero yo no veo nada más que las nubes verdes que son ahora las copas de los pinos. Respiro, respiro más, siento la sangre recorriendo el camino del corazón a la cabeza pasando por mis sienes a toda presión. Ya falta poco. Me incorporo despacio, las imágenes comienzan a dibujarse en mi retina y la miro, pero ya no está allí. La chica de las mallas verdes es apenas un puntito en el horizonte de mi moral y no voy a seguir tras ella. Toso y me arrastro hasta un banco de madera donde descansar con dignidad. Ha sido un día largo y duro*.

*Mamá, me pica el dia.

PD: Tanto rollo solo para justificar un chiste malo...

4 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena por subir al Castillo! Yo no lo recuerdo tan duro, pero claro, la última vez que subí en bici debía tener unos 16 años y mucha más energía. Además, puede que las endorfinas segregadas y la senilidad galopante nublen mis recuerdos. En fin, todos hemos aprendido una nueva forma de doblar tu voluntad, si alguna vez es preciso que vayas a algún sitio concreto, basta dejar caer que allí suele haber tías buenas en mallas. (NOTA PARA LA PARIENTA: apúntate esta que sé que quieres ir al IKEA)

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tus enhorabuenas. La verdad es que para un señor como yo, algo tan sencillo para otros como coger la bici y subir allí a tomarse una fanta es una tarea titánica.
    Por otro lado, las formas de doblar mi voluntad son tantas que no creo que esta revelación cambie demasiado la forma en la que todo el mundo me manipula.

    ResponderEliminar
  3. Respuestas
    1. Grácies home. Es tot un honor venint d'un home culte com tu.

      Eliminar