martes, 9 de septiembre de 2014

Caballofobia (o como se llame eso)



Dicen que todos tenemos algún punto débil;  Superman se ponía fláccido con la kriptonita, Son Goku se quedaba tieso si le apretaban el rabo (como cualquier otro hombre, por otro lado) y el gran Aquiles se moría si le clavaban una flecha en el talón y no acudía a tiempo a un hospital. Y yo mismo, aunque os sorprenda, tengo un miedo incapaz de superar: Los caballos.

¡A tomar por culo!
Para quien no lo sepa, un caballo es un animal exageradamente grande al que los seres humanos han subyugado desde tiempos prehistóricos y lo han utilizado para cosas tales como el trabajo pesado, montar sobre él para que les lleve a sitios, rodar películas sentimentaloides y para pegarles un tiro si se torcían un pata. Es por ello que el caballo, aunque supuestamente domesticado, guarda en su interior un rencor y un odio infinito hacia su esclavista humano que a veces expresan arrojando a jockeys al agua en exhibiciones varias. Pero vamos a lo que vamos, que como siempre, se trata de una anécdota tan cierta y veraz como que el Sol sale por el Este.



¡Muerte a todos los humanos!
Tenía yo 24 años cuando me invitaron a una comida de empresa en el campo donde vivía un compañero, al que llamaré R el C (C de cabroncete) y que entre otras cosas, poseía un par de bellos caballos. Antes de comer, nos invitó a montar un rato y debo admitir que la idea me gustó. Me imaginé a mí mismo cabalgando por los prados, melena al viento, flanqueado por decenas de mujeres gritando eso de “Capdemut, haznos tuyas” y arrojándome sus sujetadores. Así que me decidí y cuando R el C hubo ensillado al caballo, me dirigí a él decidido a poner un pie en el estribo y montar de un salto, como en Pasión de Gavilanes hacían. Pero cuando estaba ya a medio metro del animal, va R del C y me grita: “¡Monta sin miedo! ¡Si el caballo siente tu miedo te tirará al suelo… y te pisará!” Y en ese instante el caballo me miró y pude ver claramente en sus ojos la furia y el odio acumulados en ellos; los siglos de explotación de mis antepasados a los suyos; y de pronto me imaginé en el suelo siendo descuartizado por sus afilados cascos mientras mi sangre bañaba su morro extasiado por el placer de la venganza. Y me entró miedo. Y no monté pero ni de coña. Y todos se burlaron de mí. Y me dio absolutamente igual todo.
Así me miró el caballo (aunque esto es un burro ahora que me fijo..

Ahora pienso en la experiencia y me doy cuenta de que sirvió para algo; conocer el punto débil de uno mismo es crucial para saber aprovechar las fortalezas y el reconocerlo es muestra de humildad. Y yo lo reconozco: Tengo miedo a los caballos… y al mar… y a los aviones… y a los chimpancés… y a la…
FIN

1 comentario:

  1. Interesantes artículo, pero me quedo con que mirabas Pasión de Gavilanes... XD

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