Unos
meses después de mi terrible experiencia con los pollos de gaviota (ver
entrada anterior), mi amiga MJ me propuso otra actividad “interesantísima” que consistía
en visitar un centro de recuperación de fauna salvaje herida o traumatizada de
algún modo. No me pareció peligroso, así que acepté. Y allá que fuimos.
La cosa
era muy triste y a la vez bonita. Tortugas con la concha destrozada siendo
curadas a la espera de su reintroducción en la naturaleza, aves con alas rotas,
roedores que no se sabía muy bien qué les pasaba… Y una serie de profesionales
dedicados en cuerpo y alma a su cuidado. Y entre esos profesionales estaba Z
(pongo una Z porque no sé cómo se llamaría la chica), que era una muchacha
harto atractiva y extrañamente simpática conmigo. Apenas intercambiamos unas
palabras, pero supe que allí había “algo”; un “algo” que acababa de nacer y que
podía crecer y crecer hasta convertirse en otro “algo” mucho más importante y
duradero, llamadlo amor o llamadlo felación o llamadlo como queráis.
Y allí
estaba yo y por allí andaba Z, observando cada uno de mis movimientos pélvicos,
cada uno de los destellos dorados de mi cabellera… Hasta que nos plantaron
delante de una jaula enorme y el que llevaba la voz cantante allí nos anunció
que iban a enseñarnos cómo inmovilizar a un ave para transportarla hasta el
centro en caso de necesidad. El hombre pidió un voluntario de entre los
asistentes y yo noté la cálida mirada de Z en mí. Sabía lo que ella quería y yo
no podía decepcionarla, así que di un paso al frente. El peor paso de mi vida.
Todos
me miraban y el señor que hablaba abrió la puertecita y apareció ante mí un
buitre. Un puto buitre. Para quien no haya tenido nunca a un buitre enfrente,
hay que aclarar que son unos bichos muy grandes; más de lo que uno se espera
cuando los ve por la tele. A ese en concreto le faltaba un ala. Amputada
completamente. Me miró y le miré. “¿Qué coño pinta un buitre aquí si todo el
mundo sabe que en el Delta del Ebro no hay?” Pensé. Y como si me hubiera leído
la mente, el señor que sabía nos explicó que este animal había sido gravemente
herido por un cazador desalmado y transportado al centro de recuperación donde
no le pudieron salvar el ala y ahora lo tenían para asustar a voluntarios
idiotas como yo. “Que suerte de mierda tengo” Pensé después; pero si me leyó la
mente no respondió.
Todo el
mundo me miraba, Z me miraba, el buitre me miraba. ¿Lo había dicho ya? Pero los
ojos del buitre no eran una mirada normal; eran los ojos de un animal que
antaño voló orgulloso sobre los más altos picos de Montcaro y que ahora vivía
en una caseta cutre lejos de su casa y servía como muñeco de prácticas para
aficionados a la ornitología y otras personas ociosas. Había sed de venganza en
sus ojos. Los buitres no hablan pero su mirada decía claramente algo así como
“Despreciables humanos, por vuestra culpa mi vida es un infierno y tu
concretamente vas a pagar por todo ello” Mientras yo intentaba ignorar al señor
que me decía lo importante que era sujetarle el cuello para que no me arrancara
los ojos. Y por fin llegó el momento que todos esperaban.
Mi
cometido era tan sencillo como lanzarme sobre esa bestia demoníaca repleta de
furia vengativa, agarrarla con una mano por el cuello evitando su pico diseñado
para arrancar la carne de los cadáveres y envolver su cuerpo con el otro brazo
para que no agitara las (en ese caso la) alas (en ese caso ala). Fácil. Así que
le eché un último vistazo, di media vuelta y salí corriendo de allí. Lo primero
para mi es mi integridad física y después el orden cósmico y de ahí para abajo.
Domar un buitre no estaba en esos momentos entre mis prioridades. Y hui. Podía
oír a todo el mundo hablando sobre mi cobardía, murmurando cosas horribles
acerca mí, señalándome con dedos acusadores… Pero lo que más me dolió fue la
decepción de Z, que seguramente estaría con la cabeza baja y la vista clavada
en el suelo, mientras yo solo podía pensar en aquel cazador sin principios que
había mutilado a aquél pobre buitre y que había frustrado lo mío con Z,
llamadlo amor, llamadlo felación o llamadlo como queráis.
La estupidez humana no tiene límites... pero los hombres siempre os superais si la meta es una felación.
ResponderEliminarGran entrada, pobre buitre, y pobre animal minusvalido.
Gracias por comentar, amiga.
EliminarSiempre es gratificante (y desconcertante, para qué negarlo) saber que este blog es leído por mujeres.