miércoles, 12 de agosto de 2015

Me cago en... Los buitres (Experiencia pajaril 2 de 2)



Unos meses después de mi terrible experiencia con los pollos de gaviota (ver
 entrada anterior), mi amiga MJ me propuso otra actividad “interesantísima” que consistía en visitar un centro de recuperación de fauna salvaje herida o traumatizada de algún modo. No me pareció peligroso, así que acepté. Y allá que fuimos.

La cosa era muy triste y a la vez bonita. Tortugas con la concha destrozada siendo curadas a la espera de su reintroducción en la naturaleza, aves con alas rotas, roedores que no se sabía muy bien qué les pasaba… Y una serie de profesionales dedicados en cuerpo y alma a su cuidado. Y entre esos profesionales estaba Z (pongo una Z porque no sé cómo se llamaría la chica), que era una muchacha harto atractiva y extrañamente simpática conmigo. Apenas intercambiamos unas palabras, pero supe que allí había “algo”; un “algo” que acababa de nacer y que podía crecer y crecer hasta convertirse en otro “algo” mucho más importante y duradero, llamadlo amor o llamadlo felación o llamadlo como queráis.

Y allí estaba yo y por allí andaba Z, observando cada uno de mis movimientos pélvicos, cada uno de los destellos dorados de mi cabellera… Hasta que nos plantaron delante de una jaula enorme y el que llevaba la voz cantante allí nos anunció que iban a enseñarnos cómo inmovilizar a un ave para transportarla hasta el centro en caso de necesidad. El hombre pidió un voluntario de entre los asistentes y yo noté la cálida mirada de Z en mí. Sabía lo que ella quería y yo no podía decepcionarla, así que di un paso al frente. El peor paso de mi vida.
 
¡Quiero ver tus huesos desnudos!
Todos me miraban y el señor que hablaba abrió la puertecita y apareció ante mí un buitre. Un puto buitre. Para quien no haya tenido nunca a un buitre enfrente, hay que aclarar que son unos bichos muy grandes; más de lo que uno se espera cuando los ve por la tele. A ese en concreto le faltaba un ala. Amputada completamente. Me miró y le miré. “¿Qué coño pinta un buitre aquí si todo el mundo sabe que en el Delta del Ebro no hay?” Pensé. Y como si me hubiera leído la mente, el señor que sabía nos explicó que este animal había sido gravemente herido por un cazador desalmado y transportado al centro de recuperación donde no le pudieron salvar el ala y ahora lo tenían para asustar a voluntarios idiotas como yo. “Que suerte de mierda tengo” Pensé después; pero si me leyó la mente no respondió.

Todo el mundo me miraba, Z me miraba, el buitre me miraba. ¿Lo había dicho ya? Pero los ojos del buitre no eran una mirada normal; eran los ojos de un animal que antaño voló orgulloso sobre los más altos picos de Montcaro y que ahora vivía en una caseta cutre lejos de su casa y servía como muñeco de prácticas para aficionados a la ornitología y otras personas ociosas. Había sed de venganza en sus ojos. Los buitres no hablan pero su mirada decía claramente algo así como “Despreciables humanos, por vuestra culpa mi vida es un infierno y tu concretamente vas a pagar por todo ello” Mientras yo intentaba ignorar al señor que me decía lo importante que era sujetarle el cuello para que no me arrancara los ojos. Y por fin llegó el momento que todos esperaban.

Mi cometido era tan sencillo como lanzarme sobre esa bestia demoníaca repleta de furia vengativa, agarrarla con una mano por el cuello evitando su pico diseñado para arrancar la carne de los cadáveres y envolver su cuerpo con el otro brazo para que no agitara las (en ese caso la) alas (en ese caso ala). Fácil. Así que le eché un último vistazo, di media vuelta y salí corriendo de allí. Lo primero para mi es mi integridad física y después el orden cósmico y de ahí para abajo. Domar un buitre no estaba en esos momentos entre mis prioridades. Y hui. Podía oír a todo el mundo hablando sobre mi cobardía, murmurando cosas horribles acerca mí, señalándome con dedos acusadores… Pero lo que más me dolió fue la decepción de Z, que seguramente estaría con la cabeza baja y la vista clavada en el suelo, mientras yo solo podía pensar en aquel cazador sin principios que había mutilado a aquél pobre buitre y que había frustrado lo mío con Z, llamadlo amor, llamadlo felación o llamadlo como queráis.

2 comentarios:

  1. La estupidez humana no tiene límites... pero los hombres siempre os superais si la meta es una felación.
    Gran entrada, pobre buitre, y pobre animal minusvalido.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por comentar, amiga.
      Siempre es gratificante (y desconcertante, para qué negarlo) saber que este blog es leído por mujeres.

      Eliminar