sábado, 25 de febrero de 2017

Los santos fojones (parte 1 de 3 o 4 como mucho)



ADVERTENCIA: Queridos amigos del blog, esto que vais a leer es la primera parte de tres (o cuatro, ya veremos) que conforman la historia personal de La Madre, una personaja que los más masoquistas conoceréis de “Regalos de mierda”. Esta saga pretende arrojar algo de luz sobre su pasado y servir de puente para conectarla con El Padre. Además, incluirá un pequeño crossover con El Motorista Ninja, el cual ya tuvo mucho éxito en este blog hace unos meses. Todo esto y que ando falto de ideas y ya no sé qué gilipolleces escribir para saciar vuestras ansias de leer de gratis.


Después de casi veinte años de inactividad y anonimato, Los Cuatro se habían reunido de nuevo en la Gran sala del Consejo a la espera de conocer el motivo de su presencia allí. Se miraban de reojo y sin decirse una palabra pues todos sospechaban de todos y cada uno de ellos del anterior. En realidad, la sospecha era el cemento que les mantenía unidos ya que el sospechar del otro creaba una complicidad tensa pero inquebrantable. Si alguno, en algún momento hubiera confiado en cualquiera de los otros, habría sido un foco de sospechas tan grande, que habría acabado sospechando a su vez de los demás. Pero esto no es importante. Lo importante era que los cuatro estaban reunidos de nuevo.

El primero era un hombre corpulento y con barba que sospechaba de un modo tranquilo y pausado. A su lado, el segundo sospechaba con ansia, debido seguramente a que era el más bajito de todos y acababa de abandonar su lucha contra la alopecia. La tercera, la única mujer y a la que algunos conocían como La Madre, sospechaba con calma tensa, amenazando con sospechar de forma explosiva en cualquier momento. El cuarto y último sospechaba tanto de todo el mundo que ya ni se le notaba y sorbía de un brik de zumo de piña sin ninguna prisa por acabarlo.

Ante Los Cuatro estaba El Primero, Líder de la Orden y Gran mentor de la Organización. El Fundador o Jefe, aunque algunos preferían conocerlo simplemente como El Que Corta el Bacalao. Les observaba sin expresión y sin rastro alguno de sospecha, pues si El Primero sospechara de alguno de Los Cuatro, éste sería expulsado inmediatamente y lo mismo sucedería en la otra dirección, solo que el expulsado sería también quien sospechara de él. Por eso estaba tan tranquilo. Por eso y porque había venido conduciendo él y si algo le sucediera, los otros tendrían que volver a sus casa en transporte público. El Líder de la Orden carraspeó antes de alzar su voz.

-Sabéis que no os habría convocado después de tantos años de inactividad de no tratarse de un asunto de máxima importancia. Sabéis que durante años, esta organización se ha dedicado a “recuperar” –el Jefe hizo el símbolo de las comillas moviendo dos dedos a cada lado de su cabeza –obras de arte “en peligro” para “entregarlas” a personas que garanticen su seguridad y conservación. 

-¿Ahora se llama así a robar cuadros para venderlos al mejor postor? –preguntó El Segundo, que se había colocado un gorrito de lana negro afirmando que tenía frio pero que en realidad era para ocultar su calva.

El Gran Mentor le lanzó una mirada furibunda pero prosiguió como si nada.

-Como sabréis también, por nuestras manos han pasado obras de arte, en especial pinturas, de la máxima importancia artística, por las que hemos sido gratamente remunerados y por lo cual hace unos años pudimos retirarnos para llevar vidas cómodas y mundanas sin tener que preocuparnos por el dinero.

-Yo le compro regalos a mi hijo periódicamente, –dijo La Madre. –y le encantan.
El Que Corta El Bacalao la miró furibundamente también a ella, pues no le gustaba que le interrumpieran y ya iban dos veces, pero prosiguió.

-El caso es que hace apenas unas semanas se descubrió que muchas de las obras de arte que están expuestas en museos y galerías son en realidad copias de las obras originales, las cuales están ocultas en la catedral de Gromenauer, custodiadas ni más ni menos que por la Orden de los Monjes de Fojones.

-He oído hablar de esa catedral. –interrumpió El Primero. –Algunos la llaman Catedral de los Santos Fojones y dicen que esos monjes han recibido entrenamiento militar, adiestramiento en artes marciales y clases de calceta a dos agujas…

Al Fundador le salían dos visibles chorros de vapor de las orejas mientras la cara se le ponía roja como un tomate. Ya le habían interrumpido tres veces y no iba a tolera runa cuarta. Prosiguió.

-Efectivamente. Los Santos Fojones son rivales increíblemente duros, por eso estáis aquí. Muchos de nuestros antiguos clientes se han indignado al enterarse de que esas obras de arte que adquirieron por sumas desorbitadas son falsas y nos han reclamado la devolución del dinero… dinero que no tenemos porque ya nos hemos gastado en cosas chulas. Así que solo nos queda allanar esa catedral, burlar a los monjes y… 

Justo en ese momento el Cuarto terminó su zumito y la pajita emitió un sonoro gorgoteo al absorber aire. El Fundador estalló, saltó de su posición y le dio una patada voladora en la sien que hizo que la cabeza le rebotara una y otra vez contra los hombros de forma pendular.

-Salid de aquí, haceos con esos cuadros y traedlos sanos y salvos.

El Segundo pensó en protestar, pero eso habría levantado las sospechas de sus compañeros, excepto del Cuarto que seguía intentando parar su cabeza, y se calló. Los Cuatro volvían a estar juntos, así que nada podía fallar... O casi nada.

4 comentarios:

  1. Muy interesante (y gratis). Me ha gustado sobre todo el detalle del zumito de piña, las comillas y el comentario de la Madre cuando dice: "y le encantan".

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  2. ¿y el gran mentor se queda sin hacer nada?
    Me encanta empezar a ver que La Madre es una super... algo

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    1. El Gran Mentor ya está mayor y se queda recogiendo las sillas.
      Y sí, la madre al final era "algo", auqnue ya se veía venir.

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