miércoles, 3 de julio de 2019

De dojos y charcuterías

¿Cuántas veces habré dicho ya en este blog que el deporte no es lo mio? ¿Cien? ¿Mil? ¿Veinte? Pues es posible que ahora, tras años de renegar de él, deba tragarme mis palabras pues. Y es que los años no pasan en balde. Incluso aquellos que tenemos la suerte de contar con una generosa genética que nos mantiene tersos y estilizado cuando otros de nuestros semejantes languidecen en la decrepitud de las marcas de la edad, llega un momento en el que tenemos que plantarnos, tragarnos nuestros principios y aceptar que esto ya no es lo que era, que todo cruje, tira y duele y quizás la única forma de preservar algo de movilidad y garantizar calidad de vida para el futuro sea arrojarse en los fuertes y sudorosos brazos del deporte. Tomad frase larga.

Y sumido en esas ideas de preservación física me hallaba yo cuando por casualidad, entre anuncios de batidos hiperprotéicos, máquinas de abdominales milagrosas y nuevos gimnasios con relucientes aparatos que harían las delícias de cualquier inquisidor, me topé con algo que llamó mi atención. Al girar una calle cualquiera de un barrio cualquiera vi lo que parecía ser un dojo de entrenamiento japonés al antiguo estilo, con sus letritas chinas, sus dibujitos de samuráis y otras cosas que evocaban tradiciones ancestrales de oriente donde como todo el mundo sabe, los ancianos de noventa años son capaces de dar volteretas prodigiosas, subirse corriendo a los árboles y lanzar ataques tan veloces com precisos. ¿Sería eso lo que estaba buscando y que alguna fuerza cósmica, llamada azar, providencia o complot judeo-masónico, había colocado ante mi?

Dudé un rato. Adentro no se oía nada pero al final entré, ya que no había timbre y esperar fuera de forma indefinida me pareció absurdo. Entré, decía, y me encontré en un pequeño vestíbulo que olía a infusiones de esas fuertes, sudor humano y algún tipo de incienso. Tras un mostrador bastante alto había una chica que me miraba sin decir nada y como supuse que sería alguien del lugar, me acerqué a preguntar. Me dijo que allí se daban clases de kenjutsu, el arte milenario de la esgrima japonesa y que si me esperaba unos minutos podría hablar con el Maestro para informarme de todo. Como no, el Maestro resultó ser un señor bajito, oriental a más no poder, con sus bigotes blancos y su trencita. Hablamos de horarios, precios y cosas así y quedamos para empezar las clases cuanto antes. Salí a la calle con cierta ilusión. ¿Habría encontrado por fin un deporte que me gustara? Seguid leyendo y lo que sucedió os va a sorprender. Clickbait al canto.

Llegó el día y regresé al dojo con mi chándal recién comprado (nunca había tenido uno) y una mochilita con calcetines limpios y algo de ropa de recambio por si sudaba mucho, me hacía caca encima o algo. Me metí en la sala de entrenamiento que era un tatami simple decorado al estilo japonés del período edo y con una sorprendente variedad de armas, especialmente “daishos” (la combinación de katana, wakisashi y tanto) junto con el maestro y dos señores más, uno jovencito y otro algo más mayor que yo y muy corpulento. Nos hicimos el saludo de rigor y rápidamente comenzamos el entrenamiento, que debo decir que fue bastante duro para mi cuerpo.

Estiramientos imposibles, volteretas, esquivas y ejercicios de fortalecimiento sosteniendo armas en las manos para “hacernos uno con la espada” tal y como repetía el Maestro. No hubo conversaciones ni bromas, eso sí, todos muy serios entrenando, mostrando gran respeto por nuestro sensei y aplicando sus enseñanzas en la medida de lo posible.

Cuando terminó la clase yo estaba molido y en los vestuarios traté de hacer gala de mi humor para ganarme algo de confianza con mis dos compañeros pero no lo logré. El jóven se marchó con la cabeza baja sin decir ni mú y el grandullón se limitó a mirarme con la misma severidad inexpresiva que durante el entrenamiento. Menuda gente rara. Y como al final me quedé el último por mi falta de habilidad al atarme los cordones, aproveché para hablar un poco con el Maestro.

-Pues… Ha estado bien la clase. Me ha parecido muy interesante y tanto estiramiento es justo lo que necesito para desentumecer mi espada y extremidades.
-Kenjutsu sel el alte malcial definitivo. Tu loglal un cuelpaso si sel tenaz y voluntalioso -me respondió él con ese carácterístico accento.
-No lo dudo. Además conozco un poco el folklore japonés relacionado con la espada. Hace unos años me leí “El libro de los cinco anillos” de Myamoto Musahi y he visto casi todas las de Kurosawa, además de muchos episodios de “Humor amarillo”, que salía Takeshi Miike.
-Glades dilectoles Kulosawa y Miike.
-Si. Y bueno… No dejamos claro el tema del pago. ¿Efectivo, tarjeta, paypal?
-Como tu quelel. Lo único es que pagal antes de día tleinta polque sel tolneo mensual y tu sabel…
-¿Torneo mensual? No me habló de eso cuando me apunté.
-Tu no pleguntal.
-Es que es complicado preguntar por algo de lo que no se es consciente que existe.
-Cada mes celeblal tolneo. Pol eso llamalse “tolneo mensual”.
-Ya. Hasta ahí había llegado.
-En tolneo mensual alumnos coompetil pol sel ganadoles y seguí en dojo.
-¿Entonces a los que pierden se les expulsa?
El Maestro me miró entonces con esos ojitos de rata que se le abrieron de par en par en la medida de lo posible, claro.
-Peldedoles deja de existil. Sel duelos a muelte.
-¿Me estás diciendo que todos los meses tus alumnos se matan entre ellos?
-Colecto. Hacelse salami entle ellos. Chopped. Moltadela. Esto sel chalcutelía todos los meses.
-Pero… Yo he venido aquí a paliar mis problemas de espalda no a convertirme en un guerrero que se juega la vida…
-¿Tu cleel que Musashi luchal pol quítale dololes de espalda? ¿Tu cleel que los siete samulais luchal pol mantenelse en folma? ¿Tu pensal que los cincuentamil samulais caídos en la batalla de Sekigahala entlenaban pala esta guapetes y cachitas pala las tias? ¡Tu espada sel tu alma y una vez la tocas ya no podel vivil más que pala matal o… ¡Molil!

Y así. Con esa idea en la cabeza me marché del lugar, volví a mi casa a arropar a mis hijas, cenar algo y acostarme prontito que mañana hay trabajo y seguro que tendré agujetas y al acostarme el sueño rehuyéndome y esos dos ojitos megros mirándome sin dejar de repetir en mi cabeza eso de “¡Molil, molil, molil!”.

Y ahora ya no sé si darme de baja o seguir un tiempecito más. Si es que al final la vida se reduce a estar tomando decisiones todo el rato. Ya os contaré… o no.

5 comentarios:

  1. Hazte el despistado y no vayas el día del torneo y estudia bien bola de dragón, para ir al torneo cuando te salga la onda vital.

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    1. Quizás la clave sea fallar los días clave a las clases. Gracias por la ayuda.

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  2. Torneo de espada a muerte, parece una experiencia para vivir una sola vez en la vida...

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  3. Respuestas
    1. Con mucha suerte, diría yo (y algo de poca cabeza, claro)

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