miércoles, 16 de octubre de 2013

La contraeducación



Creo que ya he hablado en anteriores ocasiones de la importancia de la educación para el correcto desarrollo del individuo y de cómo los profesores juegan un papel determinante en ello. Si es así, ya sabréis que muchos de los profesores que participaron en mi formación básica merecerían, por su profesionalidad y saber hacer, que alguien con problemas intestinales defecara sobre sus nombres, pero no caigamos en el desprecio fácil y centrémonos en el tema de hoy: La contraeducación.

¿Y qué es eso, qué es eso? Os preguntaréis, cuales estudiantes rusos viendo aterrizar un ovni. Pues muy fácil: Como su mismo nombre indica, consiste en enseñar algo de una forma tan negligente, que se consigue justo lo contrario. Y para explicarlo bien del todo, nada mejor que un ejemplo, para el cual debemos retrotraernos algunos años atrás… (Fundido en negro y musiquilla de los 90 de fondo).
Estaba yo en EGB, no sabría decir en qué curso, pero no sería muy mayor, cuando un terrible rumor comenzó a extenderse entre las altas esferas del colegio. Se decía que en el centro de al lado los niños se habían aficionado a jugar a “Cavall fort” una forma extraña de decir “a caballeros” pero utilizando curiosamente el nombre de una vieja publicación catalana que viene a significar “Caballo fuerte”. Pero vamos a pasar del nombre y vayamos al tema y es que el peligro del juego residía en que un niño se subía encima del otro (el de arriba hacía de caballero y el de debajo de caballo) y se daban de palos, derivando en caídas y daños varios, lo que provocaba lesiones también en la reputación del colegio. Tal moda no podía extenderse a nuestro honorable colegio, así que los profesores decidieron atajar el problema antes de que apareciera.

Un buen día interrumpieron las clases y aparecieron dos profesores de los de cursos superiores para advertirnos de la prohibición d ejugar a “cavall fort” en el patio. “¿Y qué es eso?”, preguntamos ignorantes de que con esa sencilla pregunta íbamos a destrozar la estrategia profesoril; y ellos, ignorantes también, nos explicaron con pelos y señales cómo se jugaba. Quedamos asombrados. No solo nos habían puesto en bandeja las reglas de un nuevo juego desconocido hasta el momento, sino que además era un juego prohibido… Demasiado tentador para ser verdad.
Así imaginabamos nuestro nuevo juego
Nada más sonar la sirena del patio decidimos (a base de tortas) quién sería el caballo y quién el jinete y comenzamos a organizar batallas en los rincones menos vigilados del patio. Y la cosa fue tal que así: A mí me tocó ser el caballo, por cuestiones de tamaño, y con un compañero subido en mi lomo, esprinté hacia los rivales, provocando un choque de dimensiones épicas (por lo menos en una escala infantil); los jinetes se daban manotazos en la cara mientras los caballos nos empujábamos y tratábamos de hacernos la zancadilla para echar por el suelo al equipo contrario. Y al final pasó lo que tenía que pasar: Perdí el equilibrio y nos fuimos al suelo. No recuerdo cuáles fueron las lesiones, pero sí que había un gran abanico donde elegir: Cabeza-suelo, cabeza-cabeza, boca-bordillo. Codo-bordillo, rodilla-boca, cabeza-boca… y un sinfín de combinaciones a cual más divertida que la anterior.

Y así había sido en realidad
Cuando llegamos a la enfermería tuvimos que hacer cola a causa de la enorme cantidad de caballeros y corceles heridos tras perder la batalla y allí estaban también, heridos pero de otra manera, los profesores de nivel superior que habían tratado de disuadirnos, mirándonos con la cara de quien acaba de descubrir su propia idiotez. 



viernes, 11 de octubre de 2013

El incidente de Belén 2 (Melchor2)

Melchor estaba confuso por el viaje en el tiempo y apenas lograba correr en línea recta a través de la llanura que se abrió, casi infinita ante él; además de que las gallinas eran mucho más rápidas que él. Sin otra opción que la de luchar, el rey maldito se paró en seco cuando la primera gallina estaba dándole alcance e impulsó su cuerpo hacia atrás mientras mantenía un codo en alto; la gallina no tuvo tiempo de detenerse y estrelló su cara contra el codo de su presa, rompiéndose varios dientes y cayendo aturdida hacia atrás. Melchor apenas tuvo tiempo de preocuparse por la carne desgarrada de su brazo, pues en un segundo más tendría a tres de esos monstruos encima. Esperó a que llegara el primero y cuando éste iba a morderle directamente en la cara, atrapó su cabeza entre sus dos manos y con un poderoso movimiento circular, rompió el cuello de la bestia, que murió al instante. La tercera gallina saltó sobre él y aprovechó para echarse al suelo e impulsarla sobre su cuerpo pero entonces descubrió dos cosas: Poseían unos enormes espolones en las patas que le abrieron una brecha importante en el pecho y además eran ligeras como plumas, por lo que su intento de herirla provocándole una caída había fallado al aterrizar sobre sus patas sin más problema.

Se levantó y tomó aire. Tenía a dos gallinas con dientes, que casi le igualaban en altura, dando vueltas a su alrededor, esperando el momento en el que atacar. Ellas sabían que era una presa peligrosa y él esperaba ser capaz de deshacerse de ellas antes de que lo devoraran vivo. Una gota de sudor resbaló por su sien, bajó por la mejilla y se detuvo en su mentón. Un segundo, dos, tres, y cayó al suelo. Justo en ese momento, como si fuese algún tipo de señal, los dos depredadores se lanzaron sobre su presa. Melchor saltó a un lado, evitando dientes y espolones y se agarró a la cola de uno de ellos; la bestia chilló de rabia mientras Melchor hacía acopio de todas sus reservas de fuerza y, haciendo girar su cuerpo, logró elevar al monstruo y hacerlo girar por el aire. Atrapado por la cola no podía morderle y el otro no osaba acercarse. Melchor le dio varias vueltas y esperó el momento oportuno, el de mayor velocidad, para soltarlo. La gallina gigante voló en dirección a su compañera y se estrelló contra ella, quedando ambas tendidas en el suelo.

Sangrando y completamente agotado, Melchor legó hasta un pequeño lago de aguas cristalinas y aprovechó para lavar sus heridas. Se desnudó y se miró en el reflejo del agua. Su cuerpo era musculoso y varias cicatrices se dibujaban en él; era el testimonio de la vida que había que tenido que llevar desde que Él lo maldijo. Estuvo a punto incluso de preguntarse dónde estaba, cuando un sonido le distrajo. Sonaba como unas pisadas lentas, pesadas, pero daba la sensación de que estaban aplastando toda la maleza a sus espaldas. Melchor se giró justo a tiempo para ver cómo la cabeza de algo mil veces más terrible que las gallinas que casi le habían matado, asomaba sobre los árboles. “Un dragón” pensó, y casi estuvo a punto de rendirse y dejarse devorar, cuando ésta le vio y soltó un chillido que hizo que todo lo que había oído anteriormente le parecieran susurros. Cualquier habitante del futuro identificaría a tal bestia como un tiranosaurio rex y se prepararía para morir, pero Melchor se puso tenso, dispuesto a luchar.






sábado, 5 de octubre de 2013

Mosquitos y mosquitas



Hallábame yo en un punto indeterminado del espacio y el tiempo cuando, sumido en una conversación casual, apareció el tema de los mosquitos. Lo de siempre. Que no, que solo pican las hembras, que a ver por qué, que por los huevos, que vaya cosa, etc… Y me pasó que yo, siendo un pobre producto de la EGB sin estudios posteriores y viéndome habitualmente rodeado de personas salidas de la universidad, que me siento estúpido e ignorante por lo general, me encontré ante un tema que domino, debido a una turbia experiencia laboral en una brigada especializada en la exterminación de plagas en general y mosquitos en particular, y decidí lucir conocimientos, soltando un rollo que repetiré aquí, para disfrute de todos mis lectores.

El rollo: La cosa es que los mosquitos pasan por varias etapas, o “mudas” en su estado larvario (generalmente en el agua) hasta que eclosionan y se convierten en el mosquito que todos conocemos, con alas y el pincho. Pero la clave de la reproducción de esta especie reside en el hecho de que la eclosión de los machos se produce algo antes que la de las hembras, cuyo ciclo evolutivo es un poco más lento; eso hace que los machos salgan volando y se queden a la espera de las hembras, que nada más salir ya se topan ellos y quedan “embarazadas”, lo que las impulsa a volar en busca de mamíferos a los que chuparles la sangre regularmente y así gestar sus huevos.

Así se imagina la hembra el encuentro con el macho.

Y así se lo imagina él.














Y fue en este punto cuando una de mis oyentes abrió los ojos de par en par, miró al cielo juntando las manos y pronunció unas palabras fruto, sin duda alguna, de algún tipo de revelación divina.

La revelación divina: Como os decía, estaba yo dándolo todo en mi explicación mosquitil cuando esa chica dijo aquello de: “Es curioso… ¿Eh? Que las hembras se desarrollen más lento y los machos más rápido… A ver por qué… Estas cosas te hacen pensar que… Tiene que haber alguna INTELIGENCIA SUPERIOR, no sé, llámalo DIOS que está detrás de todas las cosas.”
Y no es que a mí me guste el cuestionar las creencias más profundas y arraigadas de los demás, pero ese era mi momento, mi explicación y mi rollo y no podía dejar que la conversación derivara en algo místico que me eclipsara para siempre. Así que decidí contraatacar.

¡Que estaba explicándolo yo! ¡¡Rrrrahhhghhh!!


El contraataque: Me vi obligado a interrumpir, si, pero ya se sabe que quién interrumpe a un interruptor tiene 100 años de perdón, así que le dije: “No, en realidad todo es muy sencillo. Los mosquitos que se desarrollan antes, tienen más posibilidades de procrear, así como las mosquitas que se desarrollan más lentamente. Ello hace, que se cree un proceso de selección natural que cada vez crea machos más rápidos y hembras más lentas en pocas generaciones. Resumiendo: Los mosquitos de hoy en día son los descendientes de los machos rápidos y las hembras lentas del pasado. Y 2+2=4, 4+4=8. 8+8=16… y así hasta el infinito."

Y así fue cómo la mujer se calló y yo fui encumbrado a las más altas cimas del saber y la sabiduría que solo me duró, todo hay que decirlo, unos escasos segundos que ya, seguro, han sido borrados de las mentes de los allí presentes. Pero como yo tengo un blog, lo escribo y no se me olvida.

 

sábado, 28 de septiembre de 2013

La isla desierta



Un día indeterminado, voy paseando tranquilamente por la calle cuando, al pasar por un callejón, un hombre extraño me asalta. Viste una gastada túnica con capucha y lo único que puedo distinguir de su rostro son dos ojos rojos que brillan como ascuas. Tal aparición me pilla por sorpresa, pero más sorpresivo aún es lo que me dice con su cavernosa voz.

-Si tuvieras que irte a una isla desierta… ¿A quién te llevarías?
Acto seguido saca de entre sus ropajes un reloj de arena y lo sostiene ante mí con una mano huesuda de pulso perfecto.
-Pues, ehmmm, no se… -Balbuceo, algo confuso. –¿Una isla cómo? Es decir… ¿Con las comodidades propias de aquí tales como agua corriente, electricidad y eso, o no?
-Irrelevante. –Responde él al acto.
-¿Y por cuanto tiempo iba a estar allí?
-Indefinido.
-¿Y no puedo ir solo?
-No.

No sé por qué pero la cosa parece seria y la arena no deja de caer, por lo que pienso detenidamente en mis opciones. Ahora mismo, la persona a quien más quiero del mundo es a mi hija, pero no iba a hacerle la putada de llevármela a una isla a malvivir, la pobrecita; del mismo modo, llevarme a mi mujer implicaría dejarla huérfana de ambos padres, cosa harto traumática. Descartadas. Elegir a un familiar es siempre un error, ya que al final siempre hay algún trapo sucio por ahí que sale y se estropea la convivencia, y llevar a un buen amigo, aunque tentador, sería un fracaso seguro, ya que las tensiones provocadas por la convivencia precaria haría que surgieran las tensiones y al final la enemistad. Así pues…
-El tiempo se está agotando. –Se impacienta el tipo extraño.
Hasta que de pronto doy con la solución. La misión de este curioso personaje no es la de llevarme a una isla desierta, sino la de hacerme reflexionar sobre el mismo ser humano. Lo que quiere es hacerme ver que todas las personas, hasta las más lejanas a uno, tienen algo que contar, algo que aportar y algo que hace que merezcan la pena, todos y cada uno de los seres humanos sobre la tierra. Al fin veo la luz en un asunto que jamás me había planteado y que resulta tan sencillo como revelador. Cualquier persona merece la pena. Esa es la respuesta acertada.
Cae el último grano de arena y guarda su reloj de nuevo.

-Se acabó el tiempo. Dime. ¿A quién te llevarías a una isla desierta?
Le miro con una irreprimible sonrisa en los labios y respondo con seguridad:
-¡A la Beyoncé! Para que me cante “What a girl wants, what a girl needs” antes de irme a dormir.
-¡No! Tú lo que quieres es fo******la. Además esa canción es de Cristina Aguilera.

-¡Pues que la aprenda, que para algo me la llevo a la isla!

Y el hombre de la túnica se muestra decepcionado, da la vuelta y desaparece envuelto en una nube de humo maloliente, como ese que echan en los conciertos. Me quedo un rato esperando, a ver si pasa algo más pero no. Y vuelvo a mi casa.

What a girl wants...