martes, 10 de febrero de 2015

El cuento de la vieja (Una entrada para "tapar")



Como al parecer, mi anterior entrada levantó ampollas entre ciertos sectores de mis múltiples lectores (entre ellos mi mujer), que me han tachado de enfermo y aseguran que a este paso me voy a quedar sin amigos, he decidido escribir una entrada tonta para “tapar” la anterior y mostrar mi lado más bello y humano. Y para quien no sepa qué es eso de “tapar” le diré que según afirman numerosos estudios y estadísticas, los lectores de blogs solo se fijan en la última entrada; poniendo una nueva la anterior queda ya fuera del alcance, es decir, “tapada”. Y allá voy.

Esto sucedió hace muuucho tiempo, el día de mi 22 cumpleaños (lo he puesto en número porque en letra no sé si decir veintidosavo, veintidosero o qué) en el que iba a asistir a una obra de teatro con mis amigos. No era lo más habitual del mundo, ni tenía nada que ver con mi cumple, pero tocaba. Pero al llegar a las taquillas (yo era el único despistado del grupo que no la había comprado anticipada), descubrí con horror que se habían agotado. “Pero si al teatro no va nadie, que esto del teatro está de capa caída, que es una mierda sin efectos especiales ni nada” fueron algunos de mis argumentos tratando de convencer a la chica para que me dejara entrar de guays, pero en lugar de eso me cerró el cristalito en los morros con toda su furia.

Y allí estaba yo, el día de mi 22 cumpleaños, solo en la fría y húmeda calle otoñal mientras mis amigos estaban dentro, calentitos y disfrutando del espectáculo. Hasta que apareció mi salvadora. De entre un grupo de jubilados emergió una adorable ancianita que se quedó observando mi triste semblante. Yo la miré. Ella me miró. Nuestras miradas se cruzaron y no nos besamos porque era muy mayor y a mí me gustaban jovencitas en esos tiempos. “¿Te has quedado sin entrada?” me dijo. “Si” le contesté yo. Y entonces ella metió la mano en su bolso y de entre agujas de ganchillo, dentaduras postizas y fotos de Charlton Jeston en gallumbos, sacó una entrada que me entregó. “Toma. Era de una amiga que no ha podido venir… La cadera” Y me sonrió. Yo le sonreí. Nuestras sonrisas de cruzaron y… bueno, ya. 

Resumiendo. Que gracias a la desinteresada ayuda de esa anciana anónima pude pasar mi cumpleaños con mis amigos, sin sufrir los rigores del frío y la soledad.  Y pensándolo ahora, con la perspectiva que dan los lustros, me doy cuenta de que a día de hoy, esa mujer ya debe estar muerta.

Así estará ahora, la pobre.

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias.
      No hay nada como tener lectores que han ido a la universidad.

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  2. ¿Què obra era? Prueba para ver si ya estás en la edad de tu salvadora. ;DDD Voy a buscar la entrada que has intentado tapar.

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