sábado, 7 de noviembre de 2015

Tamaños (Paternidad 41)




Tarde de parque. Columpios, pajaritos, nubes, niños buscando la forma de hacerse el máximo daño posible en el menor tiempo apreciable… Lo de siempre. Bueno no, lo de siempre no porque en el banco de mi lado (pongámosle 10 metros de distancia) se sienta una madre con un niño, de unos tres años, totalmente irrelevante para esta historia, al contrario que ella; largas piernas, falda corta, una blusa holgada y melena con el nivel justo de volumen. Es joven pero parece salida de una cafetería norteamericana de los años cincuenta, la mejor década de la historia. Como hacen los buenos padres y madres de hoy en día, deja a su pequeño a merced de los peligros del parque mientras observa su móvil y yo, finjo hacer lo mismo pero sin quitarle ojo a ella a la espera de un revelador intercambio de miradas. Y abro paréntesis.
Una imagen aproximada de la madre del banco.
 
Recuerdo un libro que empecé a leer hace unos años que hablaba sobre el poder de la mirada y que enseñaba al lector a expresar una miríada de emociones e intenciones con los ojos, pudiendo llegar, incluso, a sustituir el lenguaje hablado. No entendí nada. Para mí que el tipo que lo escribió estaba zumbado. No entiendo como las editoriales publican esas mierdas. Cierro paréntesis.

 Espero el momento adecuado y cruzo mirada con ella. Le sonrío, sin enseñar los dientes, que se me pone cara de psicópata, y ella me mira, con cierto desprecio, sin sonrisa, y vuelve a mirar su teléfono. Fracaso absoluto. Debería haberme leído bien ese libro. Ahora ya todo está perdido.  Y como un hombre sabe cuándo hay que retirarse, hundo mi cara en mi móvil y me pongo a leer absurdos blogs de juegos de rol. Hasta que algo altera la armonía del momento.
 
El niño le pide pipi a la madre y ésta le lleva a un rincón arbolado para salvaguardar su intimidad, pero mi hija, que no se pierde detalle de nada de lo que sucede en varios cientos de metros de radio, se acerca disimuladamente al lugar. Suena mi alarma personal, esa que me avisa cuando algo raro puede suceder, pero prefiero no actuar y dejar que el mundo siga su curso. El niño termina, la madre regresa a su banco, pero mi hija se acerca a ella, con esa mirada pícara que solo los niños saben hacer, y le dice sin ningún tipo de manía:
-Le he visto el pito.
Mi alarma salta de nuevo, esa vez con sirenas y luces rojas giratorias.
-¿Ah sí? –Le responde la madre. – ¿Es que tú no tienes hermanitos? ¿Nunca habías visto uno?
-Tengo una hermana pequeña. Pero una vez se la vi a mi papá…

Me levanto del banco como si tuviese un muelle en mi culo. En mi cabeza suena una alarma de amenaza nuclear, de esas en las que el suelo tiembla y las tuberías sueltan chorros de vapor de forma intermitente. Defcon 1. La madre me mira de reojo, la niña no parece dispuesta a dejar ahí la explicación. Salgo corriendo hacia ellas pero esos diez metros que nos separan me parecen una distancia inalcanzable. Tempus fugit. Me faltan piernas. No lo lograré. La niña termina su frase cuando apenas he recorrido la mitad de la distancia.
-…y la tiene así. – La niña abre sus manos dejando una distancia de por lo menos treinta centímetros entre ellas.

Me paro en seco. La madre me mira de arriba abajo (más abajo que arriba). Yo le sonrío, enseñando los dientes, y leo en su mirada algo así como “Este tío me parte en dos”, y me doy cuenta de que quizás el zumbado que escribió ese libro no estaba del todo equivocado.

6 comentarios:

  1. Buen relato, ¿te has planteado hacer una recopilación?

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    1. Si me lo he planteado, pero soy demasiado vago para llevarlo a cabo.
      Gracias por comentar.

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  2. Respuestas
    1. Muchas gracias por pasarte por aquí y escribir en mayúsculas.
      Un saludo!

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  3. Que giro de los acontecimientos. Me parto, no como la madre esa, si no de risa...

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