martes, 12 de abril de 2016

La saga de El Padre (Introducción)




El taxista se revolvió sobre sí mismo y escupió sangre sobre el sucio suelo del callejón. Después miró hacia arriba, donde la silueta de El Padre estaba recortada contra las luces del taxi que bloqueaba la entrada.
- Dime quien fue. –Le preguntó al taxista.
-Nunca vas a saberlo, idiota. –Respondió con cierta bravuconería el taxista, a pesar de su situación.
-¿Vas a obligarme a sacarte las palabras a la fuerza? –Dijo El Padre dando un paso al frente.
El taxista trató de retroceder, pero su cuerpo magullado le impidió alejarse más allá de un par de pasos. Pero su cerebro, alterado por el estrés, funcionaba a toda velocidad, recordando cómo había llegado allí.

Había subido a ese hombre extraño en una céntrica avenida. Parecía un padre de familia normal, alto, fuerte, pero de mirada triste. Trató de entablar conversación con él pero de nada sirvió; estaba obnubilado y solo sabía darle indicaciones que le fueron alejando del centro y meterse en uno de esos barrios por los que le gustaba tan poco conducir. Finalmente se detuvieron y cuando fue a pedirle el importe de la carrera, con una sola mano le agarró del pecho y le sacó fuera del taxi, arrojándolo en el callejón. Al principio trató de pelear, pero fue en vano; era un tipo duro de verdad. El Padre se presentó y le explicó su historia: Por lo visto acababa de descubrir que su hijo no era suyo sino de un taxista, y estaba bastante cabreado por haber tenido que mantenerle todos esos años y haber tenido que aguantar innecesariamente a su mujer, que por lo visto estaba algo trastornada. Ese sería el resumen.

-Ya te he dicho que yo no sé nada, gilipollas. ¿Cómo voy a saber quién se tiró a tu mujer? Los taxistas no nos contamos estas cosas.
-Debe de haber un registro en algún lugar. Dime dónde puedo encontrar esa información y te dejaré en paz.
-¿Registro? Debes ser imbécil. Nadie nunca te dirá como llegar hasta él. Da igual qué… -Pero un puntapié en las costillas cortó la frase del taxista.
-Me lo vas a decir. –Dijo El Padre con calma. –Por las malas o por las peores me lo vas a decir.
La mirada fría de El Padre congeló el corazón del taxista, que se estremeció y se derrumbó, obligándole a confesar.
-De acuerdo… -Titubeó. –Hay alguien… Alguien que controla todos los taxis de la ciudad. Él sabrá…
-¡Habla de una vez!
-Su nombre es… es…
El rostro del taxista se convulsionó en una mueca extraña, lanzó un grito ahogado y su cabeza estalló como si alguien le hubiese metido una pequeña bomba en el cráneo. El padre observó la escena sin alterarse. Sabía qué había pasado. Podía reconocer el dim mak, el golpe de la palma temblorosa; una técnica ancestral que permite “marcar” a alguien y matarle cuando éste va a realizar algo prohibido por el ejecutor. Algo como revelar su nombre. Pero la misma técnica había revelado a El Padre quién estaba detrás de todo eso. Solo un hombre en toda la ciudad era capaz de dominar el dim mak, y sabía dónde encontrarle. Solo era cuestión de tiempo.

Continuará…

3 comentarios:

  1. No podía imaginar que fuera por ese lado, me encanta

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  2. No podía imaginar un post en este blogg sin referencias a tetas...

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  3. Me alegro de que ambos no podáis imaginar.
    Gracias por comentar.

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