martes, 5 de julio de 2016

Una breve cosilla del otro día




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Hace poco andaba paseando con mis pequeñas por una típica calle del pueblo, cuando nos sorprendió un alboroto poco usual, y decidimos acercarnos a ver qué pasaba. Y allí, ocupando una de las calles principales, nos encontramos con un grupo de personas bastante numeroso que enarbolaban pancartas y repartían panfletos. “Una manifestación” pensé con nostalgia; pues yo soy de una tierra donde, entre nucleares, trasvases, parques eólicos, urbanizaciones ilegales y otras formas variadas de agresión al territorio, pasamos más tiempo gritando en la calle que sentados en el sofá de casa. Pero lo que iba diciendo.

Nos encontramos con una manifestación e impulsado por mi alma reivindicativa, decidí unirme a ella en una marcha lenta, hasta que comencé a ver cosas raras. Mucho crucifijo, rosarios jerseys anudados al cuello y familias con más de tres hijos. Allí estaba pasando algo raro. Y cuando quise darme cuenta de que era una manifestación de la llamada “Pro-vida”, las niñas ya iban cargadas de pegatinas, globos y cartelitos con el lema “Si a la vida”, el cual es bastante efectivo, ya que no estar de acuerdo con él es decir “No a la vida” o peor aún, “Si a la muerte”. Y ahora toca una aclaración personal.

Yo no me considero un pro-aborto, ni digo si a la muerte, es más, podría decir que estoy en contra del aborto así a grandes rasgos; pero lo que no soy capaz de comprender es el ansia de algunos/as por decir a los demás qué tienen que hacer. Por ejemplo: No me gustan los caracoles en la paella, pero no voy por ahí con pancartas por los bares para que la gente no los coma. Y es por ello que no me sentía cómodo en esa manifestación y decidí alejarme haciendo uso de mis habilidades de subterfugio. Pero claro, moverse sigilosamente con dos niñas y un carro, no es tan fácil como hacerlo solo, por la noche y con la cara llena de plastas de vaca, por lo que una mujer me vio y se acercó a mí para hablarme. Y ahí tenemos un segundo problema, y es que no me gusta que me hablen. Y va otra aclaración personal.

Hablar está bien. No lo niego. El lenguaje verbal es básico para comunicaciones directas y a corta distancia, e incluso podría decir que hablar salva vidas en algunos momentos. Lo que pasa es que se ha sobrevalorado muchísimo estos últimos siglos y hemos llegado a un punto en el que la gente habla porque si y de cualquier cosa. Y eso me da rabia. Acepto bien que me digan, que me expliquen, que me comenten, siempre que sea algo importante en ese momento. Pero eso de hablar por hablar… sin venir a cuento… No. Y esa mujer tenía toda la pinta de buscar conversación conmigo.

La mujer, como decía, se nos acercó sonriente. Parecía contenta. Por lo visto la gente religiosa/ de derechas, no suele salir a la calle a expresar sus ideas, ya que por lo general las defienden directamente desde arriba, y se estaría divirtiendo con la novedad. La cosa es que estaba contenta y mirando a mis hijas dijo algo así como “Que niñas tan preciosas. Si su madre hubiese abortado no estarían aquí.” A lo que yo traté de responderle algo chocante pero no pude. La lógica era tan aplastante que solo pude asentir. Asentir y pensar. Y pensé que por esa misma regla de tres, si su madre la hubiese abortado a ella, ahora no opinaría así, y que si hubiese abortado la madre de Hitler, seis millones de judíos seguirían con vida, y así hasta el infinito. Cuando quise darme cuenta, había llegado a la conclusión de que el aborto, sea asesinato o no, sea bueno o no, es una forma de alterar el futuro en una dirección u otra. Pero cuando quise explicarle a la mujer lo que acababa de descubrir, que el aborto podría salvar el mundo o destruirlo, habían pasado horas, la manifestación había terminado y estaba solo en la calle, rodeado de papeles volando en remolinos y con las niñas más que aburridas junto a mí. No debería tomarme esos tiempos tan largos de reflexión.

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