miércoles, 29 de marzo de 2017

De consejos y empatía



La semana pasada en una entrevista (os lo juro), una entrevista que se complicó y al final no va a ser emitida (también os lo juro), me preguntaron qué era lo que peor se me daba en la vida. Era una pregunta difícil porque son taaaaantas coooosas… pero al final me decidí por “animar a la gente que está mal”, ya que eso es con diferencia lo peor que le puedo hacer a otro ser humano. No quise extenderme más, pero como sé que ante estas cosas el mundo necesita de ejemplos, ahí va uno.

Hace la friolera de 12 años estaba trabajando en una empresa cuyos empleados no eran lo mejorcito del mundo. No estoy diciendo que fueran pobres ni extranjeros, ni siquiera pobres extranjeros, que parece que es un sector con el que la sociedad encuentra cierto placer en ningunear; de hecho eran todos producto nacional y con buenas condiciones económicas. Pero digo que no eran de lo mejorcito porque a todos y sin excepción les gustaba el fútbol. No voy a ahondar en este tema porque ya lo he hecho anteriormente pero nos podemos quedar con la sencilla ecuación de “fútbol = sincerebro”. Y no es que y yo sea un gran amante de la gente culta, que lo soy, pero no entiendo a los que están sentados tranquilamente delante de la tele viendo como otros practican un “deporte” y de repente saltan agitando los brazos y se arrancan las camisetas al grito de “gol”. Lo dicho. Éste no es el tema de la entrada y quiero dejar claro mi máximo respeto a todo tipo de primates subdesarrollados intelectualmente dentro de su propia especie.

Hace 12 años estaba trabajando allí y como es propio de mi personalidad y forma de ser, siempre me dejaban solo, lo cual me agradaba en sobremanera ya que soy de esa creencia de que “mejor solo incluso que bien acompañado”; pero un buen día el encargado creyó conveniente ponerme un ayudante, por eso de que una persona sola a veces no da abasto y me colocó al lado a un compañero que tenía fama de estar un poco trastornado. No voy a entrar en detalles, pero un tipo que compra ratoncitos para atarles un petardo y hacerlos explotar o que mezcla veneno de ratas en el pienso de los gatos… meh. Pero no voy a juzgarle por ello. Cada uno con sus aficiones.

Hace 12 años decía, me pusieron al lado a un chaval hipermusculado y con ideas de psicópata (también le gustaba quemar cosas… ¿No lo había dicho?) que al principio solo me miraba de reojo pero que con el paso de las horas y para mi creciente desesperación comenzó a hablar, a contarme, a sincerarse… Y acabó volcando toda su alma sobre mis hombros, que no estaban para llevar más peso del estrictamente estipulado en mi ficha técnica. Y no es que tenga nada en contra de la gente que se sincera, que va… Pero ya se inventaron para eso los psicólogos y los psicoanalistas. O sea, si ellos te cobran es porque escuchar las mierdas de los demás no es agradable, con lo cual nadie debería pretender hacerlo gratis con el primer incauto que pase por ahí. Porque no olvidemos que “no hablar, no significa estar escuchando”, por favor. Pero voy al tema que nos ocupa.

Hace 12 años estaba escuchando las penas de un chaval musculoso con tendencias psicopáticas sin dinero para un especialista y español hasta la médula, del Real Madrid seguramente. Me contó que sus padres habían muerto en un accidente de tráfico cuando él era pequeño, que fue adoptado por sus abuelos que eran muy mayores y no estaban por la labor y que si la adolescencia, las drogas, las peleas… Y que estaba harto de todo en la vida, que no podía más, que todo era cuesta arriba y que matar animales ya no le relajaba tanto como antes… Y que estaba pensando en suicidarse para quitarse de en medio y acabar ya con esa vida de sufrimiento. Y ahí supe que quisiera o no, había llegado la hora de echarle una mano al pobre chaval. Una mano en forma de consejo.

Hace 12 años estaba yo, por esas cosas que tiene la vida, frente a un chaval que, independientemente de su condición física, mental y social, estaba pensando en quitarse la vida y no contento con esto, me había pasado la patata caliente de decir la siguiente frase. Había llegado el momento de ayudarle, de mostrar mi lado bueno, mi faceta de sabio consejero. Era el momento de demostrar que era un tío culto, leído, capaz de reaccionar y salvar cualquier situación por peliaguda que fuera gracias a mi rapidez mental y mi amplísimo archivo de conocimientos. Y lo hice. Le miré y le dije: “El suicidio es la única decisión de la que uno jamás puede arrepentirse”. El tío lo pensó y se calló mientras yo me daba una palmada en la frente metafísica. No volvió a decime nada en todo el día.

Al día siguiente a las ocho de la mañana ya estábamos todos listos para empezar la divertida jornada laboral de todos los días excepto él. Yo no dejaba de mirar hacia la puerta a ver si entraba, pero no. Comencé a temerme lo peor. Cuando ya llevaba un rato trabajando, el encargado apareció de repente y di un salto del susto. “¿Sabes algo de Mr. X (no recuerdo su nombre)? No ha venido a trabajar y es raro que no haya avisado” Palidecí hasta la transparencia ante la idea de que estuviese muerto por mi culpa y me apresuré a buscar una respuesta que sonara natural. “N-n-n-n-no sé nada de ese asunto. ¿Por? ¿Por qué me preguntas a mí? ¿Crees que si se hubiese muerto yo tendría algo que ver?” El encargado me miró extrañado y me respondió que “Como ayer estuvisteis todo el día juntos pensaba que podría haberte dicho algo.” Una vez más necesitaba una respuesta ingeniosa y calmada. “Pues no. Nononono, ayer no me dijo nada, no hablamos en todo el día, incluso me preguntó la hora y por no hablar, ni se la di.”. El encargado se olía algo raro, pero no dijo nada y se marchó. ¿Estaría muerto Mr. X? Y lo peor de todo: ¿Habría dejado una nota de suicidio en la que apareciera mi nombre inculpándome así de su actual estado de no vivo? Es día sudé ácido sulfúrico esperando que llegara la policía y me llevara a la más oscura de las mazmorras para dejarme languidecer hasta la muerte, para pagar así por mi falta de empatía y de ayudar a los demás. “Sentencia de muerte por ser un mal consejero” me diría el juez “Con lo poco que cuesta decir lo siento, ya verás cómo las cosas se arreglarán”. 

Pero no. Al final resultó que había faltado al trabajo por un virus de esos de barriga.

5 comentarios:

  1. Muy Edgar Allan Poe, me ha gustado. ¿Qué fue del psicópata madridista? ¿Acabó suicidándose?

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    1. No lo sé, ya que por suerte le perdí a pista cuando salí de la empresa.
      Y muchas gracias por compararme con Poe. NO lo merezco.

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  2. Me ha encantado esta historia y cómo has jugado con las expectativas hasta el final chistoso. También me ha gustado mucho la frase "no hablar no significa estar escuchando". Ole tú. :-)

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  3. Estupenda historia. Me levanto y aplaudo.
    Y me ha recordado una vez hace años en que bastante desesperado por cosas de la vida me estuve deshaogando con mi mejor amigo y acabé pidiéndole consejo. Se quedó callado durante unos instante reflexionando sobre todo lo que acababa de decirle, me puso una mano sobre el hombro y con voz profunda me dijo:
    - Pues no tengo ni puta idea de los que podrías hacer y si yo estuviera en tu lugar estaría cagado de miedo. Venga, cuando no necesites ayuda ya sabes que puedes contar conmigo.
    Y nos fuímos al cine.
    Supongo que eso que dijo sirvió de algo porque seguimos siendo amigos.
    También es verdad que los dos somos muy perros para conocer gente nueva.

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