sábado, 4 de marzo de 2017

De niños y aspiraciones (y justas venganzas)





Cuando estaba en tercero de EGB (no tengo muy claro qué edad tendría porque recuerdo haber repetido algún curso de guardería), vinieron unos señores a clase a preguntarnos qué queríamos ser de mayores. Por lo visto era algún tipo de estudio o trabajo o vete tú a saber qué gilipollez; porque preguntarles a críos que todavía no saben nada de la vida a qué se quieren dedicar es como preguntarle a un gusano dónde va a volar cuando sea mariposa. Pero para mi sorpresa, la mayoría de mis compañeros sí lo tenían claro. Astronautas, bomberos, futbolistas, médicos… Coño, qué planificación. Cuando llegó mi turno dije que me daba igual pues la consecución de los sueños no es más que abrir una puerta a la frustración y la insatisfacción. Todos se rieron de mí y a la hora del patio me zurraron  un poco más de lo que venía siendo habitual.

Han pasado casi treinta años y aprovechando que he tenido que  ir a mi pueblo doy un largo paseo con la esperanza encontrarme a alguno de ellos para tomarme mi merecida venganza. Soy consciente de que es algo injusto el pasar cuentas por algo que sucedió hace tanto, pero no tengo muy claro en qué momento prescriben éste tipo de cosas. Camino y camino sin tener muy claro si seré capaz de reconocer a alguno de mis antiguos compañeros en caso de cruzarme con él, hasta que como un repentino destello de luz divina le veo. Se trata de JL, el imbécil que quería ser astronauta. Viste con un traje sin corbata y lleva una maletita en la mano, por lo que deduzco que estará trabajando en alguna oficina como ejecutivo de medio pelo. Espero a que se quede solo y le asalto en un callejón.
Cuando pasa a mi lado salto desde las sombras y le agarro por el cuello de la chaqueta, le levanto un palmo del suelo y le estampo contra la pared para susurrarle desde muy cerquita eso de “¿Dónde tienes la nave espacial, pringadillo?” Joder, que bien se queda uno tras decir algo que llevaba treinta años ensayando. Pero entonces una luz azulada me ilumina desde arriba y veo como un enorme objeto volador con forma de disco se sitúa sobre nosotros y mi ex compañero JL comienza a levitar, desprendiéndose de sus ropas y piel y revelando su verdadera forma, que es la de un humanoide paliducho de cabeza gorda y cuello largo. Antes de desaparecer tras la compuerta del OVNI me sonríe y me muestra su dedo corazón, que es largo y emite una luz rara en la punta. Con un fogonazo, toda la escena se esfuma, dejándome solo en el callejón con un disfraz de humano en las manos que ni siquiera es de mi talla. 

Me quedo unos instantes mirando al cielo y sintiéndome un poco idiota hasta que me consuelo al pensar que eso no vale como “ser astronauta”.

3 comentarios:

  1. Espero que eso no te impidiera seguir con tu venganza y siguieras con el bombero y el neurocirujano...
    La venganza nunca prescribe al ser algo irracional te puedes vengas hasta de los romanos. malditos romanos!!!!

    ResponderEliminar
  2. Espectacular, de pequeño eras un pequeño Buda incomprendido.

    ResponderEliminar
  3. Esta historia es una pequeña joya cósmica.

    ResponderEliminar