martes, 2 de mayo de 2017

Los santos fojones (parte 3 de 4)


La madre, también conocida como Nº3, descendía colgada cabeza abajo de un fino cable desde la bóveda superior de la Catedral con la intención de tocar suelo y evitando a los peligrosos monjes tejedores de bufandas, abrir la puerta a sus tres compañeros para infiltrarse en el lugar y conseguir las obras de arte de valor incalculable que allí se guardan. Un plan perfecto y sin fisuras, ejecutado por cuatro miembros de la élite del subterfugio. Nada podía fallar. ¿Nada? En el momento más crucial del descenso, justo cuando La Madre (único mimbro femenino del equipo, hay que recalcarlo) debía aferrarse a una de las columnas para salir del ángulo de visión de los monjes, se oyó un estornudo.
El sonido del aire al ser expulsado de los pulmones de Nº2 a sesenta kilómetros por hora, resonó como una explosión en el silencioso recinto. Por un segundo los monjes, conocidos como Los Santos Fojones a causa de la hermandad en la que militan, miraron desconcertados a su alrededor hasta que uno de ellos vio la esbelta figura de La Madre colgada cual arácnido del techo y dio la voz de alarma.
Uno de los monjes, el que tenía la bufanda más larga, la enroscó en el brazo de una estatua de San pancracio y se lanzó cual Tarzán en liana contra ella en una patada que teniendo en cuenta la velocidad alcanzada por el monje, podría ser mortal o, como mínimo, bastante dolorosa. Al verse descubierta y sin demasiada movilidad, La Madre optó por soltar el cable y dejarse caer. El monje volador atravesó el aire donde hacía solo unos segundos estaba ella y maldijo en silencio.
Cuando La Madre tocó el suelo, comprobó que estaba rodeada por diez tipos expertos en artes marciales, armados con bufandas y con cara de pocos amigos; de hecho daba la sensación de que no tenían ningún amigo fuera de su circulo. Enzarzarse en combate era una idea absurda salvo para un masoquista en busca de emociones fuertes, así que rodó por el suelo y se dirigió a la puerta. Tras ella los monjes avanzaban balanceándose de estatua en columna y viceversa con la ayuda de las bufandas. Le pisaban los talones. Los tenía justo detrás. Entonces La Madre se detuvo en seco y se hizo un ovillo en el suelo, cosa que hizo que los monjes, dominados por el frenesí de la inercia, pasaran de largo y se estrellaran chocando torpemente contra una de las estatuas que representaba a Cristo jugando una partida de parchís con un tullido. “Si me ganas, te sano” rezaba la inscripción.
Tal estrategia le proporcionó unos segundos de ventaja, los justos para alcanzar la puerta y abrirla. Fuera deberían estar sus tres compañeros esperándola para luchar juntos contra los monjes, pero en lugar de ello, estaba solo Nº2, que para postre era el más bajito, el calvo, el de la voz de pito… En resumidas cuentas, el menos amenazador.
-¿Y los otros dos? -Preguntó azorada La Madre.
-Nos han tendido una emboscada -dijo Nº2 apesadumbrado. -Solo quedo yo.
La madre quedó aturdida por la noticia, pero tenían una misión que cumplir y no había tiempo de lamentaciones. Entraron de nuevo en la catedral y se encontraron con diez monjes listos para el combate. Adoptaron sus posiciones de ataque con la ínfima esperanza de intimidar a sus rivales pero de nada sirvió. La pelea comenzó y en pocos segundos, La Madre supo que estaban en desventaja. Puñetazos, patadas, proyecciones que daban con sus huesos en el duro suelo de piedra… No le estaba yendo demasiado bien. Pero cuando miró a su compañero Nº2, descubrió que no le estaban pegando con tanta fuerza como a ella; de hecho, ni siquiera le estaban pegando; casi podría asegurar con absoluta certeza que Nº2 y los monjes eran amigos de toda la vida, de esos que se van al cine juntos y luego un ratito de copas.
-Tu… Traidor -dijo La Madre.
-Así es -respondió Nº2 con una sonrisa en el rostro. -¿Acaso pensabas que seguiría trabajando junto a vosotros con lo calvo que estoy?
-¿Qué tendrá eso que ver con la lealtad?
-No es cuestión de lealtad sino de algo mucho más importante… Estética. -Entonces los monjes se quitaron los gorritos y La Madre pudo comprobar que todos estaban calvos como bolas de billar.
-Debí haberlo deducido antes -se lamentó La Madre. -Merezco morir aquí por mi falta de capacidad de deducción.
Pero entonces, justo cuando uno de llos monjes envolvía su cuello con una de las bufandas con la sana intención de asfixiarla de la forma más cruel y suave posible, se oyó el retumbar de un motor en el exterior y antes de que nadie pudiese decir eso de “se oye como una moto allí fuera”, una de las cristaleras se hizo añicos y entre virutas de cristales de colores que una vez habían representado una bucólica escena de un campesino sacrificando a su propio hijo, apareció el Motorista Ninja sobre su Harley Davidson customizada.

En el próximo capítulo: El Motorista Ninja ataca de nuevo. ¡No os perdáis el apasionante final!

9 comentarios:

  1. Cada vez tiene menos sentido y eso mola.

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    1. Por eso escribo historias cortas. Si no fuera así, el delirio alcanzaría cuotas demasiado elevadas y me tendrían que medicar.

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  2. Estoy deseando y no leer el desenlace. Ya que no quiero que acabe tan pronto.

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  3. Que malvado, con ese final con motorista ninja nos dejas engantxados hasta el siguiente capitulo. Pero espero q tb haga sagas y subsecuelas, esta demasiado interesante para terminar así.

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    1. Algo pensaré. El Motorista Ninja es un personaje adaptable a cualquier trama.

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  4. Madre mía, el motorista ninja, menudo cliffhanger

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    1. Por cierto, esto parece una partida de Feng Shui

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    2. Ya he aprendido una palabra nueva! Gracias.
      Y si.

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