miércoles, 5 de junio de 2019

De cultura y visibilidad


Observo mi reflejo en el cristal de la puerta antes de entrar. No me llaman todos los días desde el ayuntamiento para hablar sobre mi carrera como escritor (lo normal es que sea por impagos u otras cosas mundanas) y siento cierta inseguridad por mi aspecto habitualmente desaliñado a pesar de los esfuerzos por arreglarme.
Entro en la sala principal, un espacioso vestíbulo de antigua construcción pero con modernos muebles y me dirijo a la chica de información.
-¿Señor Capdemunt? -me pregunta al verme.
-Es Capdemut.
-¿Señor Capdemut? -vuelve a preguntar.
-El mismo que viste y calza -le respondo educado.
-Le están esperando en el centro cultural, cruce la puerta secreta y accederá al edifico contiguo a este.
-¿Qué puerta? Yo ahí no veo ninguna puerta?
-No la ve porque es secreta, ya se lo he decido.
-Es "dicho". "decido" es del verbo decidir.
-Ya lo sé, pero soy una entidad de secretaría libre y puedo decidir lo que digo.
-De acuerdo, me ha convencido.
Al otro lado de la puerta, que se abre colocándose de espaldas a la pared y dando dos palmadas para que un panel giratorio se active, hay un pequeño patio cuya única salida lleva hasta una enorme escalera que asciende un par de pisos. Justo en el hueco de la misma hay una preciosa maqueta de un castillo con todo lujo de detalles y al verla una idea cruza mi mente.
Teniendo en cuenta que últimamente todas mis citas de cariz literario acaban a ostias, me convenzo de que la localización (y existencia misma) de esa bonita maqueta no responde a otra necesidad que la de ser aplastada por alguien arrojado por el hueco de las escaleras debido a alguna refriega que se producirá, con toda seguridad, cuando yo llegue arriba.
Subo las escaleras con cautela, preparado para el combate inminente y en lo alto me encuentro con un tipo austero, taciturno y altanero. Me mira con severidad, rigor e intransigencia y rápidamente me doy cuenta de que me hallo ante mi primer rival. ¿Será él quien espachurre el castillito de abajo con el lomo? Le miro, me quito la camiseta para no mancharla en la lucha, porque como he dicho al principio me he puesto mis mejores galas, y cuando creo que va a empezar una pelea épica, el tío me sienta en una silla, se pone aceite en las manos y comienza a darme un agradable masaje en la espalda.
-Uy, que tenso estás -me dice.
-Ya ves, todo el día agarrado al volante del camión como un loro a su palo.
-Tranquilo que en un momento estarás como nuevo y podrás ser recibido por "La Jefa".
¿La Jefa? ¿Quien será esa? Un rival complicado, sin duda, teniendo en cuenta como me preparan para el combate. Y menudo masaje, casi me siento flotar y de estar acostado me dormiría allí mismo.
-¿Estás mejor? -me pregunta.
-Estupendo, muchas gracias. ¿Puedo seguir subiendo ya?
Y así con el consentimiento del grandote me pongo la camiseta otra vez y subo al segundo piso. Ante mi, una chica menuda, rubia y de aspecto delicado me espera con una sonrisa. Debe ser esa tal Jefa, pienso para mi, pero no me engañará con su apariencia frágil. Me preparo para coger carrerilla y lanzarle una patada voladora directa al plexo solar cuando me señala un sillón junto a una mesita equipada con un refresco y patatuelas. Me siento algo confundido y me deleito con la exquisita decoración y snacks de trigo mientras sorbo un refresco sin gas bien fresquito. Y justo cuando ya estaba perdiendo la fe en la existencia de un futuro combate, una doble puerta de madera de cedro se abre y al pasar al interior me encuentro con una señora de más o menos mi edad, algo mayor seguramente pero ya sabéis que en estas cosas es mejor tirar a la baja para evitar malos rollos, rodeada de seis tipos vestidos con trajes negros.
La Jefa y sus mejores esbirros, no hay duda, ahora sí ha llegado la hora de utilizar mis puños de acero y... Pero en lugar de ponerse la cosa chunga me invitan a sentarme, los seis funcionarios sacan abanicos para hacerme aire y la mujer comienza a explicarme cosas en un tono sumamente amable.
-Señor Capdemunt, le hemos citado porque desde el ayuntamiento queremos mostrar nuestra más sincera admiración hacia usted y su magnífico trabajo y ayudarle en lo que sea menester para facilitar, promover y dar a conocer públicamente y de la manera más efectiva posible las dotes creativas de nuestros ciudadanos más ilustres, porque un pueblo que no apuesta por su cultura es un pueblo encaminado hacia la pobreza humanista y bla bla bla...
Desconecto del sermón y comienzo a pensar si sería buena idea sacar de su caja ese viejo equipo de hombres lagarto del Blood Bowl, repintarlo un poco y desafiar a algún amigo a un partidete amistoso, mientras oigo algunas palabras resaltadas en negrita que llegan del torrente verborreico de esa Jefa.
-Bla bla bla... ORGULLO... bla bla... CULTURA... bla bla,,, PUEBLO...bla bla...
Yo asiento con la cabeza y sonrío, miro el reloj despertador que levo en el bolsillo y se me está haciendo tarde, así que decido hablar para cortar el flujo de palabras e ir al grano.
-Bueno, entonces, esto... ¿Por qué estoy aquí?
-Ah, me gusta la gente que va al grano -me responde satisfecha-. Admiro a la gente decidida. Creo firmemente y con total convicción en las posibilidades infinitas de la gente que va...
-¡Al grano! -contesto ya algo irritado. No solo no van a haber palos si no que me aburren soberanamente.
-La cuestión es que desde el ayuntamiento queremos realizar actividades culturales y le hemos elegido a usted, querido Capdemunt para que sea quien las organice, dirija y lleve a cabo.
-Ya. Entiendo, pero... ¿Qué tipo de actividades? Y soy Capdemut, por cierto.
-Capdemut, claro, lo sabía, es que le admiro tanto... Actividades relacionadas con la literatura esa que usted hace. Charlas, talleres, monólogos... lo que quiera. Libertad total. A usted todo se le da bien. Podríamos empezar poco a poco realizando no sé... Una al mes y luego ir aumentando la frecuencia dependiendo de la época del año y la respuesta del público y...
-Vale, vale. Me parece bien la idea.
-Oh perfecto.
-¿Pero cuanto voy a cobrar por esto?
Y de pronto el semblante de la Jefa palidece, los funcionarios bajan sus abanicos y las nubes ocultan el sol, sumiendo la sala en una penumbra silenciosa. Puedo oír los latidos de mi corazón, como crecen mis uñas y el vuelo de una mosca que pasa por el extremo opuesto de la calle.
-Bueno.. cobrar, cobrar... ¿Usted no hace esto porque le gusta?
-Claro que me gusta, pero lo cortés no quita lo regalado y si tengo que realizar un trabajo extra para terceros lo normal es llevarme algo por las molestias y el tiempo invertido.
-Ya pero... -los ojos de la Jefa recorren la sala sin control alguno-. Aquí en el ayuntamiento no tenemos unas tarifas estipuladas para eso y... Nuestra forma de pago es dar a los artistas visibilidad y... Piensa en los libros que podrás vender cuando todos te conozcan y eso y tal y pascual.
Y entonces yo me cierro en banda y le digo que no me sale del testículo izquierdo que por cierto es el único que me queda después de mi breve pero intenso intento de triunfar en la tauromaquia, de aceptar encargos gratis, que ser escritor es una mierda y que como mucho estaría dispuesto a participar en actividades ya organizadas como invitado o colaborador pero en ningún caso hacer yo el trabajo de los demás a cambio de "visibilidad". Que yo no como visibilidad, ni pongo gasolina al camión con visibilidad y que las miniaturas de Warhammer no se pagan con visibilidad sino con dinero.
Y dicho esto me acompañan a la puerta, bajo las escaleras y dejo atrás a la Jefa, a la chica rubia y al señor grandote. Miro con tristeza la maqueta del castillo que sigue entera y aunque estoy tentado de agarrar una silla y destrozarla para aliviar un poco mis ansias de violencia, la dejo como está. No molaría tanto sin duda.
Salgo a la calle algo triste. Creía que esta iba a ser una entrada con acción y ha resultado ser un coñazo insoportable. Lo siento por mis lectores pero sobretodo por mi mismo. Pero de pronto capto un movimiento furtivo por el rabillo del ojo. Miro y no veo nada, pero entonces capto algo con mi visión periférica en un tejado. Una figura completamente vestida de negro salta al interior de un balcón donde se oye un grito ahogado. Y a esa le sigue otra y otra... ¡La ciudad está siendo atacada por ninjas! Ahora sí que se pone interesante la cosa. me meto en la cabina telefónica más cercana y saco de la riñonera mi traje blanco de ninja del bien. Esos malvados no saben con quien se la juegan.

2 comentarios:

  1. El negarte a hacer el bien gratis has ocasionado que se rompiera la línea delgada del mundo ninja negro y de ahí el ataque de los ninjas, para que puedas tener visibilidad con tu traje de ninja blanco. Me ha encantado la entrada.

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    1. Pues no había pensado en esa posibilidad. Igual tengo que ser más cabrón para que pasen cosas malas y tener así la oportunidad de salvar el mundo.
      Y gracias por comentar!

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