jueves, 2 de agosto de 2018

De estamínicos y antiestamínicos



Alicante, mes de agosto a las tres de la tarde. Bajo del coche y me dirijo al centro de salud a ponerme mi vacuna mensual contra la alergia. Las calles están vacías, normal con la que está cayendo y mis pasos son pesados y lentos debido al alquitrán derretido que se me queda pegado en las suelas. Cuando entro en el edificio noto que el aire acondicionado no funciona y  todo está en penumbra. Aquí no hay ni dios, normal otra vez ya que la gente está de vacaciones y con tanto recorte hay que ahorrar electricidad. Me dirijo a la zona de enfermería atravesando pasillos vacíos repletos de consultas cerradas y llamo a la puerta correspondiente. “Adelante” grita una voz femenina algo rasgada, estridente y desafinada.

En el interior descubro que mi emfermero de siempre, un hombre afable y dicharachero no está y en su lugar hay una señora extraña con bata y el cabello largo y rizado hecho una maraña sobre sus hombros.  Ya me han cambiado al enfermero, normal en estas fechas vacacionales, pero lo cierto es que las cosas normales terminan ya en este punto.
Entro a la consulta y le doy la cajita con la vacuna. La enfermera se hace con ella, la abre, echa un vistazo a los papeles y saca una jeringuilla de un cubo; no lleva el plastiquito protector pero yo en mi ignorancia pienso que eso que aparentemente parece un cubo de basura será en realidad un recipiente de esterilización. Después llena la jeringuilla hasta los topes y se acerca a mi.

-Bájese los pantalones, por favor -me dice.
-¿Los pantalones? Normalmente me la ponen en el hombro y…
-¡¿Quien es aquí la profesional!? -me grita, claramente ofendida.

Ya la he ofendido. Mal. Nunca hay que poner en duda la profesionalidad de una profesional, especialmente si ésta tiene en las manos un objeto punzante. Me desabrocho los pantalones y los dejo caer hasta los tobillos. Ella se acerca. Noto que tiene un tic raro. Y entonces me doy cuenta de que la jeringuilla está mucho más llena de lo habitual. Debería callarme pero el miedo me vence.

-Perdone mi osadía, pero… -comienzo a decirle -¿Está usted segura de que esto son 5 ml? Yo veo mucha mas cantidad y no quisiera poner en duda su profesionalidad pero…
-¿Qué? – Me responde claramente irritada -¿Estás poniendo en duda mi profesionalidad?
-No no, precisamente le estoy diciendo que no quiero…
-¡Entonces silencio!

Me callo y la dejo hacer. Noto un pinchazo prolongado en mi nalga derecha, escuece un poco, supongo que debido a que la aguja estaba algo oxidada y luego me limpia el pinchazo con un escupitajo. Cualquiera le protesta. Me subo los pantalones, recojo mis cosas y me marcho, dejándola allí plantada, jeringuilla en mano y sacudiéndose con pequeños espasmos irregulares. Menuda enfermera extraña. Yo no me vacuno más en agosto.

Finalmente salgo a la calle, la luz del sol me ciega momentáneamente y aspiro el aire recalentado por los tubos de escape y los aires acondicionados. Y de pronto algo hace reacción en mi. Apenas he dado quince pasos cuando noto como si todas las gramíneas, gatos y ácaros del polvo hubiesen lanzado sus partículas contra mi. Los bronquios se me cierran, los ojos se me hinchan y pican, la garganta me arde… Estoy teniendo un shock analfilácteo de esos… Doy la vuelta y me dirijo de nuevo al centro de salud pero la pierna derecha no me responde; está hinchada e inerte así que no me queda otra que arrastrarme lastimeramente, sin apenas ver ni respirar hasta la puerta del edificio, pero la encuentro cerrada a cal y canto.

-¡Socorro, necesito el antídoto! -grito asmáticamente, pero nadie abre la puerta y falto de oxígeno caigo medio desmayado. Entre brumas veo aparecer la figura de un anciano que porta un bastón y una bolsa de caracoles asados recién recogidos de la zona pastoril de la ciudad.

-¿Qué está haciendo aquí con esa pierna tan hinchada, joven? Debería ir al hospital. Al nuevo. Éste lleva más de diez años cerrado. -me dice.
Entonces miro a la acera de enfrente y veo un hospital nuevecito y brillante con sus puertas abiertas y una plétora de gentes entrando y saliendo con sus vacunas bien administradas en el hombro.

-Gracias caballero -le respondo al de los caracoles -. ¿Pero entonces quién...?
Y al volver la vista atrás vislumbro en una de las oscuras ventanas del insalubre antiguo hospital un rostro desencajado y sonriente que me mira con desprecio.
No pienso volver más a ese hospital.

1 comentario:

  1. Me ha gustado el giro final y el detalle de los caracoles.

    Luego caes inconsciente, sueñas que eres la enfermera de principio a fin. Cuando despiertas, eres un enfermero en un hospital antiguo esperando que llegue alguien para ponerle... una inyección.

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