lunes, 19 de noviembre de 2018

El pastorcito y la ovejita (un futuro clasico de los cuentos infantiles)


Dicen que había una vez un pastorcillo que cuidaba del rebaño que sus padres le dejaron en herencia después de partir a costas lejanas, claro eufemismo a la muerte prematura. Ese pastorcillo a pesar de su juventud era trabajador y voluntarioso y todos los días conducía a su rebaño largas distancias en busca de pastos verdes con que alimentarlo. Y entre todo su rebaño estaba Bolita, una oveja joven y cariñosa con la que le gustaba pasar el tiempo mientras las otras hacían cosas de oveja.

Pero el verano fue seco y los pastos no abundaban así que el pastorcillo se veía obligado a mover su rebaño cada vez más lejos hasta que llegó al Cerro de los Arroyos, una pequeña montaña cubierta de hierba gracias a la abundante humedad de la zona. Allí las ovejas podrían comer cuanto quisieran y garantizar así la supervivencia del rebaño, pero el pastorcillo no había calculado (o quizás ni lo sabía) que en ese cerro se escondía un cazador furtivo que no vio con buenos ojos que de pronto un rebaño de ovejas penetrara en su santuario de la caza ilegal. 
Su procedimiento era sencillo: Se ocultaba en la alta hierba y esperaba a que los animales acudieran al cerro a beber, momento en el que les disparaba, se hacía con las piezas interesantes y las vendía a obesos coleccionistas de trofeos ajenos. Era un negocio lucrativo y sencillo, pero que no admitía intrusiones de rebaños.

“Pastorcillo deberás marcharte de mi cerro, pues aquí no se aceptan intrusiones de rebaños, como habrás podido leer hace un momento” dijo el cazador, escopeta en mano.
“Este no es tu cerro cazador” respondió el pastorcillo envalentonado “y además necesitamos el pasto para garantizar la supervivencia del rebaño, como también habrás leído un poco más arriba”.
“Marchate o serás tu quien no sobrevivirá, pequeño insolente” respondió el cazador apuntando al pastorcillo “tengo algunos clientes que me darían una buena suma por una cabeza de pastor en su museo”.

Pero el pastorcillo no se amilanó, siguió terco como solo los pastores saben hacer y el cazador perdió la paciencia, apretando el gatillo. Una bala fue expulsada por el cañón de su rifle y surcó el aire con precisión hacia el pecho del muchacho. Pero en el último instante Bolita, que había estado presenciando la escena de muy cerca saltó e interceptó la bala que iba dirigida a su cuidador.
El estruendo del disparo asustó al resto del rebaño que regresó al redil echando chispas y en el lugar del crimen solo quedó el cazador y el pastor que se agachaba con lágrimas en los ojos sobre su querida ovejita, que le miraba con ojos cristalinos por la pronta muerte mientras su lana se teñía de rojo.
“Espero que esto te haya servido de lección, muchacho” dijo el cazador alejándose.

No había tiempo para acudir al veterinario, ni siquiera de regresar a su casa para intentar extraer la bala con las pinzas del baño, así que el pastorcillo agarró a su ovejita agonizante y comenzó a correr hacia el único lugar cercano donde podía encontrar algo de ayuda: La cabaña del Viejo Doc.
Muchos años atrás se instaló en un valle cercano un señor que vivía aislado en una cabaña de madera. No se relacionaba con nadie y de su casa de madera a veces surgían sonidos extraños, chispazos y fogonazos que iluminaban la noche. Nadie se acercaba a él y él no se acercaba a nadie, con lo que todas las partes parecían satisfechas, pero ese día el pastorcillo iba a romper esa armoniosa regla no escrita. Llamó a la puerta y apareció un señor alto, de ojos hundidos y cabellera blanca, ataviado con un mono blanco y unas gruesas gafas de cristal oscuro en la frente. “Necesito ayuda, mi ovejita está muy malherida por un disparo del cazador furtivo” le dijo el pastorcillo a lo que el hombre respondió “qué te hace pensar que yo puedo ayudarte” y el jovencito terminó la conversación con un “la gente le llama Viejo Doc y siempre había pensado que era usted médico”. Viejo Doc se lo pensó un instante e hizo pasar al pastorcillo y a su maltrecha oveja al interior de la casa, dejando al primero en el salón y encerrándose en el sotano con el animal. Al cabo de varias largas horas en las que no dejaban de oírse zumbidos, blips y cracks, la puerta se abrió de nuevo y la ovejita estaba totalmente recuperada. El pastorcillo se deshizo en agradecimientos y Viejo Doc se limitó a sonreirle mientras le soltaba una retahíla de frases científicas que el joven pastor apenas logró retener en su cabeza.

Los meses pasaron y las lluvias no llegaban. Sin poder llevar a su rebaño al Cerro de los Arroyos pronto todas las ovejas morirían de hambre y sed, así que el pastorcillo decidió conducir allí su rebaño pensando que con un poco de suerte el furtivo no seguiría allí. Se equivocaba. Una vez más el cazador salió a su encuentro diciendo eso de “te advertí que no volvieras por aquí” y una vez más le apuntó con su arma, disparó y Bolita, fiel a sus instintos de protección, se interpuso en el camino de la bala. Pero algo cambió respecto a la escena anteriormente descrita. En este caso la bala rebotó en la oveja y cayó al suelo convertida en un inofensivo fragmento de plomo caliente. “Lana de kevlar 29” fue una de las frases que había pronunciado Doc. La oveja aterrizó incólume ante la mirada asombrada del cazador, pero éste apuntó de nuevo y disparó otra bala, con iguales resultados. Entonces las patas de Bolita se introdujeron en su cuerpo y en las oquedades aparecieron cuatro reactores que la elevaron en el aire y la lanzaron contra el furtivo a una velocidad supersonica. “Retropropulsores positrónicos” sonó la voz de Doc en la cabeza del pastorcillo. El furtivo abandonó su arma y corrió cerro arriba en busca de refugio pero Bolita ya le había alcanzado y de su boca surgió un cañon que arrojó una llamarada de plasma ardiente sobre el infortunado cazador, que no pudo hacer otra cosa que arrojarse al agua y quitarse la ropa en llamas. “Blaster de fusión”. Finalmente la ovejita se elevó ante la asombrada mirada del pastorcillo (y también del cazador aunque este estaba más ocupado en apagar las partes incendiadas de su cuerpo) y se elevó en vertical unos cien metros, momento en el cual de su culito de oveja surgieron tres bolitas “plup, plup, plup” que parecían olivas negras pero no lo eran. Eran… ¡El arma de destrucción DE-FI-NI-TI-VA! Y cuando alcanzaron el suelo detonaron en tres explosiones casi simultáneas que volaron por los aires el cerro, vaporizaron al cazador y convirtieron toda el área en un crater humeante que se iba rellenando lentamente de agua para dar lugar al posteriormente conocido como Lago de los Arroyos, zona protegida y refugio animal en los veranos más áridos. En algún lugar no muy lejos de allí el Viejo Doc oyó las explosiones y repitió “microbombas de neutrinos” con una sonrisa en su boca.

Desde ese momento el pastorcillo y Bolita estuvieron más unidos que nunca y en su tiempo libre recorrían las colinas y valles en busca de malvados a los que aleccionar con fuego y muerte.
Y colorín colorado… este cuento quizás no haya acabado.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Y faltan ovejas cibernéticas. Está claro que es un mundo injusto.

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  2. Espero que no haya acabado jeje A ver esa saga de Pastorcillo & Bolita como continua :^)

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