martes, 21 de enero de 2020

Un relato sin nombre, parte 8

Llegamos ya a la octava entrega de este relato por fascículos y como podréis comprobar, las cosas empiezan a animarse (que ya era hora) para Roberto y Sandra.
La semana que viene más y seguramente mejor.
Abrazos calentitos para todos y toda.

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08



Roberto tropezó y cayó de bruces cuando sus dos adversarios se lanzaron contra él. Uno era un señor normal, de unos cuarenta años, bien vestido y armado con una espada corta y fina, ligeramente curvada y con una empuñadura marrón oscura a juego con sus ojos. El otro era una mezcla entre un ser humano y un perro de presa, con un hocico ancho y babeante repleto de dientes afilados que gruñía de forma aparentemente descontrolada y que fue el primero en atacar. Lanzó una dentellada directa al cuello de Roberto que éste esquivó milagrosamente rodando por el suelo, pero el tipo de la espada aprovechó la situación para dar una estocada que habría sido mortal de no haberse encontrado con el brazo izquierdo en su trayectoria. La espada se clavó en la carne necrosada con facilidad, pero por algún motivo no parecía dispuesta a salir de allí con tanta facilidad. Roberto no sintió ningún dolor, así que aprovechó para retorcerse un poco más y arrebatarle el arma de las manos; se levantó con facilidad y arrancó el filo de su brazo, que supuró un líquido blancuzco y maloliente.


Los dos ascendidos parecían confundidos por el cambio de situación. Su objetivo, hace unos instantes desarmado, herido y tumbado en el suelo, ahora estaba de pie, con un arma en la mano y con ese brazo tullido convertido en un eficaz escudo aparentemente invulnerable. Lo que no sabían era que no tenía ni idea de manejar ese arma y que si seguía en pie era por los efectos de una droga que estaban a punto de remitir. Una vez más fue el cabeza de perro el que atacó. 
 

Roberto saltó a un lado de forma instintiva y en el proceso su brazo inerte golpeó en el morro del ascendido. El hedor de los humores que cubrían las vendas era terriblemente desagradable en distancias cortas y al parecer el olfato desarrollado del hombre perro lo convertían en algo insoportable. Comenzó a toser de forma descontrolada y Roberto aprovechó el momento para clavarle la espada en el cuello. La bestia aulló mientras trataba de detener la hemorragia y se retiraba del combate.


A Sandra las cosas le iban bien. Rodaba por el suelo evitando ataques, usaba su arma con pericia y cuando encontraba el momento lanzaba golpes que solían ser certeros y mortales. Roberto solo tenía un rival y además desarmado; por un momento pensó que lo tenía ganado pero de pronto la vista se le comenzó a nublar, las piernas le fallaron y las fuerzas le abandonaron. Acertó a ver como el señor elegante frente a él perdía la compostura y su silueta comenzaba a deformarse en lo que era claramente la transformación en algo grande terrible y mortal de necesidad. Afortunadamente la negra figura estilizada de Sandra se situó justo detrás de él y con la precisión de un carnicero, le rebanó el cuello a media transformación.


Roberto cogió aire tratando de calmarse e hizo un esfuerzo para aclarar la vista, con lo que se vio de pronto rodeado de cadáveres de animales de toda índole, algunos de ellos en peligro de extinción seguramente. Suspiró apenado y pensó en abandonarse ya, pero la voz de Sandra le devolvió a la realidad.


-¡Sígueme! -le dijo ella mientras se dirigía a las escaleras-. El Kusanagi nos espera arriba, lo presiento.


La negra silueta subió las escaleras en completo silencio y a una velocidad casi sobrehumana. Roberto la siguió gateando a paso lento y resoplando con cada escalón que superaba.

Continuará...Aquí.

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