sábado, 20 de febrero de 2021

Kings in time, escena 7: La carta

 


Alfredo tenía tan solo veintinueve años, aunque ese “solo” es relativo a la edad de quien le mirara; era guapo, alto, tenía mucho pelo y un trabajo que le gustaba. Caminaba por las calles como si fuera el rey del mundo, llamando a los timbres que le placía y entrando en las casas que quería… Y a veces también en las mujeres que le abrían, pero eso sería otra historia. Y es que Alfredo era cartero, o auxiliar técnico de clasificación y reparto, como a él le gustaba llamarlo. Tenía tan solo veintinueve años y era feliz. Hasta que al pasar junto a un callejón alguien le atrapó por la espalda, le colocó una gasa con cloroformo en la cara y todo su mundo de reparto de cartas, bellas damas en albornoz invitándole a entrar por la puerta principal (o la de atrás en ocasiones) y gorras amarillas, se desvaneció.

El Agente Especial Supletorio se vistió con el uniforme de Alfredo, se hizo con su bolsa de correo y dejó a éste tirado en el suelo, envuelto en una manta raída y con una botella de whisky barato en la mano. Después deslizó la carta escrita por Sultán junto al resto de correo y emprendió el paso directamente hacia la vivienda de los tres extranjeros.

La primera parte de la misión que consistía en meter la carta en el buzón sin levantar sospechas se realizó ajena a incidentes. Luego regresó al callejón, volvió a vestir a Alfredo, le despertó de un bofetón y desapareció para no volver a ser visto, al menos en este relato. Saltó de la página con la esperanza de que quizás Carlos Ruiz Zafón* necesitara algún agente especial supletorio en alguna de sus novelas.

Cuando Alfredo volvió en sí, se encontró mal vestido y borracho en el callejón, con el correo sin repartir y casi una hora de retraso. No entendió qué había pasado pero le dio absolutamente igual porque era un funcionario del estado** y no podían echarle a la calle. Por eso reemprendió su camino sin perder un ápice de su felicidad.

Cuando Cheng, a quien ahora ya podemos llamar Melchor de nuevo llegó a casa abrió el buzón y entre publicidades y facturas que iban a ir directas a manos de Hassan, Gaspar a partir de ahora, encontró una curiosa misiva sin sello dirigida a los tres… En sus nombres originales. Lleno de curiosidad la abrió y descubrió que ésta era una citación privada en una dirección desconocida en las afueras de la ciudad. Firmada por “un viejo enemigo”, todo presagiaba que se trataba de una trampa mortal por lo que Melchor se guardó la carta en un bolsillo y se dirigió solo a la extraña cita.

*En el momento de escribir este relato el señor Zafon seguía con vida.

**En el momento de escribir este relato, los carteros eran funcionarios, o quizás ya no, pero yo no lo sabía.

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