sábado, 27 de febrero de 2021

Kings in time, parte 8: La cita.


 

Cuando Melchor llegó al lugar que indicaba la carta descubrió que se trataba de una lujosa villa en medio del campo agreste. Estaba construida a la antigua usanza romana, simulando casi a la perfección el diseño de un domus, con lo que dedujo que quien se hallaba en su interior tendría alguna relación con su pasado lejano. Miró atrás. Todavía tenia tiempo de marcharse y avisar a sus dos compañeros, pero el orgullo el impidió retroceder. Desde que se hubo mezclado en sus vidas no había hecho más que empeorarlas. Gaspar perdió su palacio, sus riquezas y sus sirvientes y ahora tenia que compartir un piso de mala muerte con dos personas más mientras que Baltasar había tenido que abandonar su ascendente carrera en el cine de adultos por protegerles y guiarles en el extraño mundo actual. Les debía una y por ello iba a solucionar eso por su cuenta.

La puerta exterior estaba abierta y entró. En el pristilum, o patio interior podia verse un amplio edificio de una sola planta pero ni rastro de sus habitantes. A pesar de eso, Melchor sabía que no estaba solo. De hecho había mucha gente pero le observaban desde el impluvium interior algo extrañados.

-Ha venido el chino solo –le comentó Matón 6 a Sultán.

-Ya lo veo. Debe ser muy valiente o muy estúpido para presentarse aquí solo y desarmado.

-¿Y si es una trampa? –preguntó Matón 3.

-Lo dudo. No creo que sea tan listo como para preparar nada. En cualquier caso, adelante con el plan.

-¡Vamos allá! –gritó matón 10, que era el último y también el líder de la banda.

De pronto la puerta de la calle se cerró como por arte de magia (aunque en realidad no era más que un mecanismo de cierre a distancia vulgar y corriente) y una de las puertas de la casa se abrió, dejando salir a una decena de tipos fornidos armados con barras de hierro. Éstos rodearon a Melchor, que más o menos se imaginaba que algo así iba a suceder y luego apareció Sultán, con su mejor traje y sus gafas de sol con blueray, las más caras del mercado.

-Vaya vaya vaya… -comenzó a decir. -¿A quién tenemos aquí? Melchor, el Rey Maldito, el viajero en el tiempo.

Melchor no dijo nada.

-Han pasado más de dos mil años, pero estoy seguro de que te sonará mi cara –continuó Sultán y se quitó las gafas.

Melchor no dijo nada.

-Soy yo. Caius Vibus.

Melchor no dijo nada.

-¿Acaso no me recuerdas? –comenzó a irritarse. –Me golpeaste. Dos veces.

-Lo siento pero… He golpeado a mucha gente –se limitó a decir Melchor. -¿Solo era eso? ¿Puedo marcharme ya?

Caius Vibus estaba rojo de furia y los ojos parecían a punto de saltar de sus órbitas.

-¡Matones a por él! –gritó y los diez hombres fornidos con barras de hierro saltaron sobre Melchor.

Dando una voltereta trasera Melchor se apoyó sobre sus manos y extendiendo las piernas de forma perpendicular al cuerpo comenzó a girar como si se tratara de las hélices de un helicóptero. Los primeros matones que llegaron hasta él se llevaron los primeros puntapiés y la siguiente oleada tuvo que lidiar con el oriental recuperando su postura original y dando puñetazos a una velocidad que sus ojos apenas podían seguir. En diez segundos todos los matones habían recibido algún golpe y Melchor seguía fresco como una rosa.

-Diles a tus hombres que se retiren si no quieren salir mal parados. Y tu, Bayus Cyprus deja a mis amigos en paz –le dijo amenazante.

-¡Yo no me llamo así! ¡Machacadle!

Los matones dudaron pero por lo visto la suma de dinero que iba a proporcionarles ese tal Sultán era demasiado suculenta como para dejarse amedrentar por un solo hombre, así que repitieron el ataque.

La primera barra de hierro pasó silbando junto a la cabeza de Melchor, que la esquivó hábilmente y se hizo con ella mientras giraba lateralmente y estrellaba el pie en la boca del primer matón. Con un adversario menos y una barra de hierro en la mano decidió que eso estaba ganado y arrojó el arma al aire. Sacudió tres puñetazos en cadena en las sienes de uno, un rodillazo en el costado del otro y realizó una presa con proyección a un tercero, que se estrelló contra el cuarto y justo cuando la barra de hierro volvía a estar a su altura la agarró al vuelo y la estrelló en la nuca del quinto.

Si no le fallaban los cálculos solo le quedaban cuatro rivales, uno desarmado y todos ellos con la moral bastante baja, por lo que optaron por emprender una desordenada y vergonzosa retirada.

Melchor miró a Caius Vibus que por algún motivo estaba extrañamente tranquilo.

-Malditos matones incompetentes… -rugió entre dientes.

-¿Y qué esperabas de unos secundarios sin nombre propio? –le respondió Melchor.

-Da igual. Ahora estamos tú y yo. Es hora de comprobar qué vales realmente.

Caius Vibus se quitó la chaqueta de traje.

 

En el proximo episodio... La lucha final y también el final en sí.

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