lunes, 1 de febrero de 2021

Kings in time, escena 4: Sultán.

Sultán no se llamaba así en realidad, pero quiso un nombre impresionante para dirigirse a sus súbditos, como él llamaba a los que estaban por debajo de él en la escala jerárquica de su imperio. Imperio. Así era como le gustaba llamar a esa pequeña sociedad mafiosa que tanto le había costado levantar.

Comenzó siendo un vulgar raterillo de barrio al que la vida convencional le vino demasiado grande. Empezó a meterse en asuntos cada vez más turbios y a relacionarse con personas cada vez más peligrosas hasta tejer una intrincada red de contactos y actividades que le mantenían en una posición relativamente elevada y con un nivel de ingresos más que aceptable. Hacía poco que se había permitido un capricho en forma de Jaguar modelo XS con techo descapotable el cual era su orgullo y mayor signo de distinción hasta el momento.

Lo que Sultán no sabía era que su trono estaba asentado sobre un frágil castillo de naipes que amenazaba con derrumbarse de forma catastrófica en caso de que alguna de las cartas que le sostenían desapareciera. Si estaba allí arriba había sido por puro azar, y porque al fin y al cabo era un tipo tan mediocre que no había logrado crearse ningún rival que pensara que merecía la pena tomarse la molestia de apuñalarle por la espalda.

Sultán era un desgraciado que solo tenía un flamante coche y un amigo, el cual extorsionaba para él y a quien apreciaba de verdad. Por eso mismo enfureció cuando Samuel, ese amigo, entraba en su despacho hecho unos zorros.

No necesitó demasiada explicación. Alguien se había metido con uno de los suyos; uno importante además; y debía pagar por ello. Sin titubear, subió en su coche a tres de sus más duros matones y se dirigió en persona a esa tienducha de compraventa de oro.


 

Cuatro de los tipos más duros que hubiera conocido la ciudad entraron en tropel en la tienda y se encararon al dueño de la misma.

-¿Donde está ese chino?

-¿Qué chino?

-El chino que ha machacado a Samuel.

-¿Qué Samuel?

-El extorsionador que ha venido hace un rato.

-Ah, ese Chino –dijo Hassan finalmente. –Estaba allí fuera hace un instante.

Cuatro de los tipos más duros que hubiera conocido la ciudad salieron en tropel de la tienda y miraron el montón de chatarra que hacía un instante era un precioso y bien encerado Jaguar XS de esos de techo descapotable.

Cuando Sultán se giró para entrar de nuevo en la tienda, ésta estaba cerrada, con la verja pasada y el interior a oscuras. Sultán cerró un puño y se lo mordió con rabia.

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